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2.2. L A VENIDA DEL E SPÍRITU S ANTO Pentecostés es una apuesta; una posibilidad concreta y constante a encarnar la fe en el espacio y en el tiempo; es hacer posible –como ya hemos afirmado antes– la transmisión creyente de un Dios que es Trinidad, y, por lo mismo, que hace posible que toda cultura sea destino adecuado de llegada para el evangelio y que ésta pueda ser, también vehículo de su expresión y vivencia. Quizá la mayor dificultad la encontramos precisamente en esta segunda parte. Desde los ámbitos eclesiológicos y pastorales, nadie cuestiona el hecho de que todos los pueblos sean destino oportuno y adecuado del evangelio, otra cosa muy distinta es que ésta, a su vez, pueda ser vehículo oportuno. ¿No es posible que nos este- mos moviendo en lecturas demasiado estrictas, intentando encontrar ya ambien- tes totalmente abonados para recibir el evangelio? ¿No es precisamente necesi- dad de aquel que transmite un mensaje, saber incorporarlo en un contexto concreto? El mismo Espíritu Santo es el que acompaña a la Iglesia en su anda- dura, el que construye y dinamiza a su Iglesia; por lo que se abre la puerta al mis- terio, superando las lecturas personales, y el convencimiento de ser nosotros el propio individuo el que logra unos resultados, más o menos eficaces. Tampoco se puede ocultar que, para lograr un vehículo oportuno, es necesario que se lle- gue a unos mínimos de encuentro y respeto, en un marco social que permita asentar unas bases sólidas. Es precisamente el Espíritu el que hace continuamente de lo secular cami- no y encarnación de la acción de Dios, sin grandes ruidos, sin grandes efectos, pero sí recreando constantemente el ambiente en el que se renueva la faz de la tierra y la faz de la Iglesia. Este proceso se lleva a cabo con un profundo respe- to hacia la libertad de los hombres. Por lo mismo, se intuye que también en la religiosidad popular es preciso purificar, puesto que también en ella está presen- te el pecado y la infidelidad del hombre. A este respecto, Julio Ramos conside- raba que “el tema de los errores y pecados de la religiosidad popular no puede ser explicado al margen de la condición pecadora de la Iglesia misma. El miste- rio de la gracia y del pecado atraviesa a la Iglesia en toda su andadura histórica. Su concreción en la religiosidad popular es una más, entre todos los elementos eclesiales que hay que convertir y transformar. No existe un tratamiento aparte de la presencia del pecado en la religiosidad popular” 15 . Afirmar esto, al mismo tiempo, quiere decir que tampoco hemos de vivir frente a la religiosidad popular con constantes miedos y dudas, como si fuera un camino de superchería, sino que el misterio de gracia y pecado, también presen- te en esta realidad nos lleva, como en el resto de los acontecimientos eclesiales al necesario discernimiento, que no puede convertirse ni en un total rechazo, ni 64 LA RELIGIOSIDAD POPULAR EN LOS ESCRITOS DE... 15 Ib ., p. 164.

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