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A los ocho días de nuestra llegada caímos todos en la cama de gravísimas enfermedades que duraron hasta que nos partimos para esta provincia, que fue a los 28 de abril. En todo este tiempo nos sustentaron dos señoras. La una un mes, que fue la mujer de don Fernando de la Cadena, primo del P. Fr. Francisco de Ocaña, y no prosiguió más por serle fuerza el irse a una estancia suya a poner en cobro su hacienda. La otra hizo la misma caridad todo el demás tiempo, con tanta puntualidad la una y la otra que era para dar mil gracias al Señor. Accedió a servirnos el gobernador de Trujillo, que estaba allí con tanta humildad que parecía un ángel, y perseveró hasta que se partió a su gobierno, que fue casi a lo último del tiem- po que allí estuvimos. En este ínterin, los dominicos hacían sus dili- gencias, pero Dios hacía nuestra causa, con que salimos con lo que pretendíamos. Salimos pues a los 28 de abril en una fragata de don Julián de Carisoli, y alférez natural del Puerto de Santa María, que es maese de campo y gobernador de esta provincia, al cual llamó la Chancillería conforme a una cédula que le vino del Consejo de Indias para que nos asistiese, con ésta orden vino otra, de que si traíamos recaudos de la Congregación se recogiesen y que entráse- mos por la parte más distante de donde están los dominicos. Alcanzóse después que yo partí de Madrid. Salimos de Panamá con harto poco mantenimiento, porque del Rey sólo recibimos vino y harina para hostias y celebrar, cosa que causó harta edificación, pero los oficiales reales y oidores dieron secretamente al dicho don Julián cien pesos para ayuda del susten- to. Siendo así que los padres de la Compañía que pasaban al Perú le tenían al Rey de costa diez mil pesos. Esto es cierto y entiendo que eran catorce mil, según pienso me dijo el tesorero, lo que le habremos gastado al Rey en todo en este viaje. Será la costa de la botica y el traer el hato siete leguas, que fue de Cruces a Panamá. Llegamos al primer puerto del Darién, el día de la cruz de mayo, a donde estuvimos diez días aguardando canoas, que son unos artesones de un palo, para subir al primer lugar a donde lle- gamos en tres días, llámase este pueblo San Enrique, habitación y doctrina de los padres dominicos. Allí cesó toda la borrasca que estaba levantada por el padre de hacernos contradicción y se con- virtió en bonanza de fiesta y regocijo, regalónos y húbose muy pacíficamente con nosotros. Allí estuvimos casi un mes, mientras FR. ANTONIO DE OVIEDO: PREFECTO DE LA MISIÓN DEL DARIÉN 1023

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