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878 JOAQUÍN LUIS ORTEGA Un ejemplo de lectura lúcida y entregada que deja huella puede ser el que nos dejó Lorenzo Riber. a propósito de su libro preferido, “De los Nombres de Cristo” de Fray Luis de León. Helo aquí: “Lo he leído a ratos; lo he catado a sorbos como se paladea un licor precioso. Le he abierto a la vera del mar, al reflejo de invernal candela amiga y mil veces al amor de la lumbre”. Existe, en efecto, un romanticismo de la lectura confortable. Pero existe también un simbolismo que va más allá de lo meramente placentero. La lectura sosegada es al espíritu lo que al campo la lluvia mansa y continuada. ¿Quién no ha sentido florecer su interior tras la lectura de un buen poema, de un relato vivaz, de un texto clásico, de una plegaria inmortal? ¿Habrá algo más parecido a un mundo sin libros o sin lecturas que un campo huérfano de lluvias? Fecundidad, fres- cor, cosecha cierta, fruto abundante son las bendiciones que la lluvia derrama sobre la tierra. Las mismas con que la lectura sabia regala al lector asiduo, fertilizando y enriqueciendo los entresijos de su espíritu. Y por cierto, que un escritor y lector tan cualificado como Víctor Hugo hizo por escrito, esta peculiar confesión: “Leyendo todos los libros que se escriben, no se ganará más que leyendo la Biblia”. 3. LOS LIBROS Y LA EVANGELIZACION DE LA CULTURA A estas alturas de mi intervención, ¿será preciso que explique las razones y, sobre todo, los objetivos de la CEE y de la BAC al depositar en vuestras manos esta enjundiosa biblioteca? Si así fuera, yo diría que en este gesto no hay sino una pretensión de coherencia. Aquello que el aforismo castellano recuerda y exige: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”. No se trata sólo de ponderar los beneficios y la belleza de la lectura. Hay que procurar también los libros a quienes los aprecian y los necesitan. Esa es, simplemente, la razón de mi presencia entre vosotros: brindaros cordialmente esta riqueza literaria y doctrinal y animaros a disfrutarla. Lo haré con esas expresiones que ha consagrado la propia tradición cristiana. Aquel “Tolle et Lege”, de inspiración agustiniana, o aquel “Escucha, hija y mira y vuelve a mí tu oído” que dice el Salmo 44. Ese fue precisamente –“Audi, filia”– el título que puso San Juan de
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