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EL IMPRESCINDIBLE PAN DE LA CULTURA CATÓLICA 877 Entretienen y aprovechan, divierten y desenfadan. Si cansan, pueden dejarse. Si descansan, proseguirse. Siempre enseñan y, mudamente, sin injuria, saben responder al lector”. ¿Ventajas o frutos de la lectura asidua y responsable de los libros? Voy a citar un par de textos especialmente venerables. El primero es de San Atanasio, quien hablando de San Antonio, el primer ermi- taño, nos cuenta lo siguiente en su Vita Sancti Antonii: “Ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído. Hasta tal punto que llegó un momento en que su memoria suplía a los libros”. Hoy, el ejercicio de la memoria nos parece anticuado e inútil. ¡Para eso, ya está el disco duro del ordenador!, decimos con poco sabia suficiencia. Más cuerda me parece la segunda cita prometida. Es de San Ambrosio de Milán y dice así: “Quien mucho lee y entiende, se llena. Y quien está lleno puede regar a los demás” (Cartas 2,1-2). Me resisto a no presentar aquí como posible patrona de !as muchas y buenas lecturas a Santa Teresa de Jesús, hoy todavía tan leída como lo confirman las muchas ediciones que se hacen de sus obras. ¡Qué buena lectora y qué excelente escritora! Teresa se consideraba, sin remilgos, “amiguísima de los libros” (V.6,4). Declara paladinamente su adicción a la lectura: “Era tan extremo lo que en esto me embebía que si no tenia libro nuevo, no me parecía tener contento” (V. 2,1). Teresa nos cuenta cómo la lectura de las cartas de San Jerónimo le acompañó en una enfer- medad de calenturas (V. 4,7) y cómo mucho le aprovechó para progresar en la paciencia leer las Morales de San Gregorio Magno (V. 5,8). Hasta nos confiesa su identificación con San Agustín mien- tras leía “Las Confesiones”: “Parecíame, dice, me veía yo allí” (V. 9,8). Incluso nos habla de la facilidad con que pasaba de la lectura a la oración. En sus “cuentas de conciencia”, estando en Ávila (en diciembre de 1560) escribía: “Siempre tengo deseo de tener tiempo para leer porque a esto he sido muy aficionada. Leo ya poco porque en tomando el libro, me recojo en contentándome y así se va la lec- tura en oración”. Esa gran Teresa de la lectura hecha oración, sigue viva y actuante. ¿Será necesario recordar que Edith Stein, una mujer tan representativa de nuestro tiempo, se convirtió al cristianismo en junio de 1921, leyendo la vida o autobiografía de Santa Teresa?
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