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876 JOAQUÍN LUIS ORTEGA Además de leer mucho, Horacio recomendaba releer habitual- mente. También lo hacía muchos siglos después, el gran historiador alemán Jacob Burckhardt con una curiosa instrucción: “Los libros útiles, decía, han de ser leídos y releídos ya que siempre presentan nuevas sugerencias no sólo a cada lector, sino a cada siglo. Incluso a cada edad y a cada individuo”. ¿Será por eso por lo que José Luis Martín Descalzo aseguraba que “el libro que no soporta dos lecturas no merece ninguna”? Leer, por otra parte, implica elegir, seleccionar. ¡Qué gran tarea para un lector avispado! Jaime Balmes apuntaba: “En la lectura han de cuidarse dos cosas: escoger bien los libros y leerlos”. Mucho antes, el Rey de Castilla, Alfonso X el Sabio, presentaba ya una peculiar y ponderada receta: “Quemad viejos leños. Bebed viejos vinos. Leed viejos libros. Tened viejos amigos”. ¡Toda una exaltación de la lectura casera, bien regada con las delicias del fuego, del vino y de la amistad! John Ruskin, en cambio, se mostraba mucho más cauteloso: “Ya que la vida es corta, no debemos malgastarla en leer libros sin valor”. Y Nicolás Sebastián Roch era aun más exigente al advertirnos: “La mayor parte de los libros actuales dan la impresión de haber sido escritos en un solo día, a base de otros libros leídos la víspera”. ¿Será ese el caso de no pocos falsos “best-seller” como los que hoy tanto proliferan, al estilo de “El Código da Vinci” de Dan Brown y autores semejantes? ¡Cabe pensar que sí! Pero, para no amargarnos la vida, echemos mano del buen humor de Groucho Marx y atendamos a su buen juicio: “Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me voy a otra habitación y me leo un libro”. Eso es lo que en la cultura cris- tiana se llamaría “hacer de la necesidad virtud”. Así se hace cultura. ¿No son los libros la gran reserva del espíritu? He aquí un texto medieval que viene a ser una encendida loa de la lectura: “El buen libro es lumbre del corazón, corona de prudentes, diadema de sabios, vaso lleno de sabiduría, compañero de viajes, criado fiel, aclarador de escándalos, revelador de arcanos, huerto repleto de frutos”. Y un sabio español, el venerable Juan de Pala- fox, que fue obispo de Puebla, de México, y de El Burgo de Osma, en España, remataría así el elogio: “Los libros son buenos amigos.
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