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EL IMPRESCINDIBLE PAN DE LA CULTURA CATÓLICA 875 bre. Una peculiar “Weltanschau”, dicho en expresión germana muy posterior. En esa tensión dinámica de generar una cultura propia y de ir incorporando a ella lo ajeno, habría que entender la historia de los textos cristianos: los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, las Actas de los mártires y, posteriormente, las decisiones de los Con- cilios. Por otra parte, la labor de los teólogos como Orígenes, de los historiadores como Eusebio de Cesárea o de San Jerónimo, el gran escriturista. Lo mismo podría decirse de Isidoro de Sevilla o de Santo Tomás de Aquino. El uno con sus “Etimologías” y el otro con su “Summa Teológica” contribuyeron especialmente a trasvasar al cris- tianismo las culturas griega y latina y, a su vez, a generar y robustecer una cultura neta y específicamente cristiana. A ello habría que añadir que semejante tarea cultural no se agotó con la Edad Media, sino que, dicho sumariamente, ha llegado hasta nosotros en sucesivos proce- sos (también en este continente) de inculturación en lo existente y de evangelización en lo cristiano. Esa historia de los textos cristianos, condensada y representada en los libros aquí recibidos, es lo que –en opinión de Giovanni María Vián– puede y debe ser considerado como una “biblioteca divina”. Cabe, por tanto, recoger y citar aquí unas palabras de San Isidoro que sintetizan el espíritu de coexisten- cia del cristianismo con la cultura clásica: “He aquí muchos escritos sagrados y profanos. De ellos, si amas la poesía, la historia o el pen- samiento, toma y lee. Verás prados llenos de espigas y de muchas flores. Si no quieres las espinas, coge las rosas”. Queda, pues, dicho que la mejor forma de apreciar los libros es hacerles caso, es decir, leerlos. Y para leer con fruto, hay que saber leer. Hay que seguir unas pautas que combinen el gusto y la inclina- ción personal con la experiencia de los muchos que en el mundo han sido escritores y lectores. Sería ahora el caso de descorchar aquí, en presencia de los libros recibidos, algunas opiniones y mensajes de quienes –lectores y escritores– han sido buenos amigos de los libros. En cualquier enumeración de este género, me parece casi obli- gado empezar citando al poeta romano Quinto Horacio Flaco. Hora- cio recomendaba encarecidamente a sus discípulos la lectura asidua y constante. “Nocturna versate manu, versate diurna” era su consejo. En tiempos, como se sabe, no invadidos aún por los encantos de la TV y de las nuevas tecnologías cibernéticas.
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