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874 JOAQUÍN LUIS ORTEGA tendremos que reconocer con Umberto Eco que “El mundo está lleno de preciosos libros que nadie lee”. Una ponderación de este lote de libros nos lleva a considerarlos como un reflejo, una porción del esplendor de la cultura cristiana escrita, de sus valores primigenios y permanentes. Valores religio- sos, morales, antropológicos y trascendentes o teológicos. Ésa fue inicialmente la razón de la existencia de la BAC y ese es el sentido profundo de esta gustosa donación de la Conferencia Episcopal Española a este centro de La Habana: poner en sus manos y a dispo- sición de sus alumnos y frecuentadores la materialización editorial de la gran tradición doctrinal y cultural que la fe católica ha generado desde sus principios. No creo exagerar si afirmo que estamos ante una biblioteca no sólo de autores cristianos (como se autodenomina la BAC), sino en algún sentido también ante una “biblioteca divina” puesto que nos proporciona lo esencial de la Revelación de Dios al hombre. Nos entrega fundamentalmente su Palabra hecha carne e historia en la figura y presencia de Jesucristo, Verbo del Padre, libro abierto de las maravillas de Dios para con el hombre. Alfa y Omega del libro de la Vida, piedra angular, clave y quicio de la creación y de la Iglesia. La interpretación de conjunto de estos libros como una “biblio- teca divina” no es sólo y exclusivamente mía. Acabo de leerla con fruición en un libro publicado en Italia por un buen amigo, Giovanni María Vián, que en España ha publicado recientemente “Ediciones Cristiandad” y que, en español, se titula: “Filología e historia de los textos cristianos”. Es un libro que viene a ser el mejor elogio de nuestra tradición cultural. Hay que saber captar y ponderar la esencia de esta nuestra cul- tura. Salvadora, entre otras cosas, de la cultura que hoy llamamos occidental. El cristianismo culto nació y creció con el propósito de preservar y enriquecer el pensamiento y la cultura greco-latinos. Supo entender lo que expresaría San Justino, filósofo y mártir del siglo II (con espíritu de suprema y abierta tolerancia) al afirmar que en todo lo humano abundan las semillas divinas. Lo que él deno- minaba “espermata alezeias”. Así, una religión que se identifica con el “logos” de Dios en sus hechos y en sus escritos, fue creando una visión teológica y antropológica particular de la existencia del hom-
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