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860 LUIS FERNANDO FERNÁNDEZ lizarse. Dicho señorío es entendido aquí como «luz sobre sí mismo» 24 , como «estar en claro» sobre la vida y el contorno propios, ser capaz de volar espiritualmente, de tener una silueta moral definida ( êthos ) y de dar la propia medida: “No midamos, pues, a cada cual sino consigo mismo: lo que es como realidad con lo que es como proyecto. «Llega a ser el que eres». He ahí el justo imperativo… Pero suele acaecernos lo que maravillo- samente, misteriosamente, sugiere Mallarmé, cuando resumiendo a Hamlet le llama: «el señor latente que no puede llegar a ser»” 25 . Desde lo expresado en La ética de Ortega (1958), podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que con la vocación sucede en Aran- guren lo mismo que con la literatura bíblica, sobre todo profética, que es después de ocurridos los acontecimientos que se puede hacer una lectura de fe, descubriendo la presencia de Dios que guía la his- toria, convertida en historia de salvación, nunca antes de la ocurren- cia de los hechos. Concebir la vocación como un dictado frente al cual sólo caben dos posibilidades: escucharlo o no escucharlo y, en consecuencia, ejecutar o no lo que mande, tiene para él un carácter abstracto y muy alejado de lo que es la vida real, siempre circunstan- ciada, puesta en situación y constitutivamente oscura e impenetrable en cuanto a su fin. La vocación más que un dictado o un llamado es «un êthos de fidelidad a sí mismo» 26 , un programa de vida, un afán de ser responsable y «tomarse en serio la vida», buscando que sea autén- tica y plena. Esta manera de ver las cosas revela una profunda «fe en el hom- bre» 27 . Aspirar a una vida poseída, plena y auténtica es tanto, a nues- tro juicio, como aspirar a la que es la virtud por excelencia en Ortega: la magnanimidad ( megalopsykhía ). Desde luego, la ética no puede exigir preceptivamente la perfección, sólo es exigible el mínimo de la corrección moral; mas, la «obra del hombre», la forja del êthos , nos parece, va más allá de lo exigible, requiere el entusiasmo y la expan- sión necesarios para acometer grandes tareas, para producir obras de gran calibre; requiere la grandeza de ánimo como modo de ser. 24 Ib . 25 ID., “Estética en el tranvía”, en Obras completas II, 38. 26 J.L.L. ARANGUREN, La ética de Ortega , 518. 27 Ib ., 524.

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