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LA VOCACIÓN: CONCIENCIA DEL SENTIDO UNITARIO… 851 psicobiológico es la «naturalización» de la libertad, o sea, que ser libre no significa una ruptura con la naturaleza puesto que la libertad emerge precisamente de ella; el situs o situación concreta nos condi- ciona en cuanto nos impone ciertos deberes y nos arrebata una buena porción de posibilidades, por ejemplo, el que ha fundado una familia no puede volverse atrás y abrazar la vida monástica. Cada hombre es lo que ha elegido en los sucesivos kairoi (oportunidades) de su vida, y sería muy diferente si hubiera tomado decisiones distintas; y, por último, el habitus , los hábitos que hemos contraído restringen nues- tra libertad en tanto nos empujan a estos o los otros actos, virtudes o vicios que se han ido afincando en nosotros como cualidades reales. Como ilustración de este último condicionamiento, tenemos el caso del akratès , el incontinente de toda la vida, al que le es casi imposible dominarse, aunque pudo haberlo hecho a tiempo. Al res- pecto, vale la pena recordar los personajes novelescos de Mauriac que, incapaces de desprenderse de sus vicios, sólo son dispensados del esfuerzo humanamente imposible por la gracia, que les otorga el arrepentimiento o la muerte. Este triple cerco, sin embargo, no anula nuestra libertad; por el contrario, es posible que la afiance: la naturaleza nos otorga más o menos fuerza de voluntad; las decisiones se pueden convertir en tendencias, es decir en virtudes; y el hábito crea una serie de automa- tismos que nos pueden disponer para la obra moral. La acepción positiva de compromiso es la que nos conduce directamente al problema de la vocación , por cuanto se refiere a la libre entrega de la propia vida. Dicho esto, Aranguren comienza a desarrollar lo que entiende por vocación, y empieza a hacerlo remi- tiéndose a Platón, quien al final de la República trae el mito de Er, según el cual cada alma durante su preexistencia podía elegir entre los patrones de vida previamente dados. 4 Después, dice, comenzó a pensarse que eran los dioses los que nos «vocaban» o nos llamaban, de tal modo que nuestra tarea y el sentido de nuestra vida se redu- cían «escuchar» aquella llamada. Aranguren recuerda lo anterior para tomar distancia crítica de ello, ya que para él la vocación no consiste en eso, puesto que salvo 4 Cf. PLATÓN, República , X, 618 a-621 b.
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