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REFLEXIONANDO CON EL MAESTRO ECKHART 847 del respetable sentido común. No es necesario que converjan estas dos formas de pensamiento. La filosofía, que no está contra el sentido común, se diferencia claramente del mismo. No acepto, sin embargo, la opinión de algunos filósofos: donde termina el sentido común, allí empieza la filosofía. Mi larga experiencia en el trabajo etnográfico de campo me ha conducido a la conclusión de que, muchas veces, es el sentido común el que lleva la delantera, a Dios gracias. En la presente cuestión, convienen filosofía y sentido común en afirmar que los hombres son inequívocamente temporales. Tempo- rales en el alma y temporales en el cuerpo. Todas las acequias del cuerpo y del alma están recorridas por las aguas turbias del tiempo. La filosofía ha sabido divisar un fondo permanente, que no es arras- trado por la corriente, o que al menos lucha contra ella. La filosofía ha descubierto que el mero existir es ya trascender, distinguirse del tiempo, aunque el tiempo afecte y embista. En el cuerpo, esto se veri- fica de un modo deficientísimo. El cuerpo del hombre naturalmente aboca a la muerte; no es por sí mismo incorruptible. En cambio, el alma es inmortal por su propia naturaleza, según una larga tradición filosófica. Es de alguna manera “eterna”, pero con una eternidad imperfecta. A estas alturas del discurso, quizás alguno pregunte: ¿Y la juven- tud? Se nos prometió reflexionar con el Maestro Eckhart sobre la eterna juventud de nuestras almas ( von der ewigen Jugend unserer Seele ). A primera vista, la juventud es diametralmente opuesta a la eternidad. La juventud se nos presenta, primo visu, como algo esen- cialmente teñido de tiempo. Sí, aparentemente la juventud –¡divino tesoro!– es temporal por los cuatro costados. Pero si descortezamos un poco el asunto, y nos situamos en el interior, más allá de la epidermis, podremos ver que la cosa no es tan segura. De la juventud, que es algo más que una etapa de la vida, puede afirmarse que no es constitutivamente temporal. De la juventud, de la verdadera juventud, puede decirse también que es eterna, aunque parezca extraño. La juventud es, antes que nada, un atributo del espíritu. Del espíritu que es fundamentalmente libertad y creación. La juventud es poesía, aunque no en el sentido fácil de la palabra. Porque la poesía, como cualquier tipo de creación, es dificultad y dolor. Tal vez, el fallo del romanticismo estuviese en lan- zarse por la calle ancha de la espontaneidad. “El romanticismo fue un
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