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REFLEXIONANDO CON EL MAESTRO ECKHART 845 esenciado del hombre, que permite de alguna manera la “tota simul et perfecta possessio” de que habla Boecio. En efecto, el hombre posee una vida interminable. Como dice Eckhart, siguiendo a Santo Tomás, carece de tope, de mojón deli- mitador “a parte post”, no por gracia extraordinaria de Dios, sino por la propia constitución natural. Sin embargo, no es esto lo que más interesa al estudiar la “eternidad” humana. Algunos piensan que lo esencial del ser eterno es que carece de principio y de fin. Es éste un rasgo característico del mismo, aunque no el más radical ni el primigenio. La eternidad se constituye fundamentalmente por la posesión plena y simultánea de la vida. De aquí proviene después su condición de interminable. La posesión que aparece en la eternidad se opone diametralmente a la sucesión, al tiempo, a todo lo que nos hace contingentes y finitos. En el hombre, esa “autopopesión óntica” se verifica de un modo verdadero, aunque incompleto. Todos los seres se poseen a sí mis- mos en la medida en que participan del ser, ya que el ser es unidad, intimidad, mismidad, coincidencia. Las cosas –pobres en perfección– se poseen de un modo enormemente precario. El ser de las cosas se halla como disperso y perdido en la fronda de la esencia. El hombre, en cambio, plantado junto a los ricos hontanares del ser, se ha recu- perado y conquistado para sí mismo. Por eso tiene libertad, auto- concia, y es persona. Y por eso también, no rinde tributo obligado a la muerte. El hombre, formalmente identificado consigo mismo, pervive de una manera indefinida o infinita ( quodammodo ) . Por con- siguiente, el hombre está dotado de una eternidad real y verdadera. Claro que no es tan perfecta como la divina, pues la nada muerde aún en nuestros flancos de criatura. Pero tiene, a imagen de Dios, los elementos esenciales que inmunizan contra el tiempo. Ahora cobra sentido lo que decíamos más arriba. Al ser dueño o soberano de sí mismo, el hombre no se deshace en la sucesión. Al contrario, se va creando y formando en su obligado viaje temporal. Este sentido del tiempo prevalece en buena parte de la poesía espa- ñola contemporánea. Pensemos, por ejemplo, en Antonio Machado. Para Machado, la poesía es “palabra (creación) en el tiempo”. El tiempo queda pues al servicio del hombre. Éste lo abarca, lo domina, precisamente porque es libre y se posee realmente. Para el hombre en tanto que persona, no existen la duración, el pretérito, el futuro,

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