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REFLEXIONANDO CON EL MAESTRO ECKHART 843 La eternidad o contra-temporalidad de las criaturas no equivale a la divina, ni mucho menos. Tampoco se reduce a una cosa hueca, sin bulto, como pretenden ciertas filosofías, más lógicas que metafí- sicas. Consiste en una eternidad absolutamente singular, en extraño contubernio con el tiempo. Esta composición paradójica y proble- mática de los seres (eterno-temporales) es lo que hace necesario el recurso a Dios, superador de contradictorios... Contra lo que pueda parecer, no estamos corrigiendo lo dicho anteriormente. Asegurábamos que las cosas están invadidas de tem- poralidad, al contrario del hombre. Ahora afirmamos que, en cierto modo, todos los seres son eternos. Sin embargo, no hay contradic- ción alguna en lo expuesto. Únicamente se ha mostrado, casi sin pretenderlo, que la manera de eternidad y temporalidad de los seres no es unívoca, sino muy desigual. Las cosas tienen una eternidad superlativamente reducida, casi ilusoria. Tal es así, que no se suele reparar en ella. Sólo espíritus muy delgados –como los místicos– han logrado captarla. Arrojadas en las aguas del tiempo, las cosas no están enteramente diluidas mientras existen. El mero existir es ya un modo de eternidad, de victoria sobre el tiempo. Como dijimos antes, las cosas están formalmente poseídas y sojuzgadas por el tiempo, que las arrastra consigo inexorablemente. ¿Desaparecen de forma total? Quiero creer que no. ¿Cómo se explica la precariedad de las cosas? El P. Ortega ha tratado de responder a la pregunta en varios de sus escritos. Según él, en las cosas la esencia prevalece sobre el ser. El ser de las cosas no logra trasponer las alambradas de la esencia. Reside preso entre sus mallas, como en campo de concentración. Por eso, aparecen las cosas tan desnutridas, tan enfermizas, tan frágiles, tan ruinosas. Su “eternidad” es absolutamente precaria y contingente. La eternidad de las cosas se reduce a su simple y pura duración. Por supuesto, esta duración proviene del ser (acto) que poseen. “ Duratio autem omnis attenditur secundum quod aliquid est actu ” , ha escrito Tomás de Aquino. Pero durar significa resistir al tiempo, mantenerse a la defensiva, como dice muy bien Julián Marías. El resultado de esta posición, estratégicamente absurda, sólo puede ser catastrófico. Al insistir únicamente en resistir al tiempo, las cosas se van depauperando poco a poco, hasta que se les hace imposible la misma resistencia, y tienen que sucumbir. Pero –repito– sólo muere

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