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842 FRANCISCO R. PASCUAL ha abierto una amplia brecha, por donde la filosofía actual puede comerciar con las escolástica, que algunos denominan enfática- mente “filosofía eterna”. El P. Ortega parte de la distinción, tan formalmente tomista, entre ser y esencia. El ser es, ni más ni menos, el ser . El ser escueto, con todos los atributos que le corresponden: verdad, unidad, perfección, eternidad... La esencia, en sí misma, es el límite que circuye y acota la libertad insobornable del ser. No puede decirse que sea la nada frente al ser. La esencia es esencia del ser.. Por supuesto, el tiempo pertenece de lleno a la línea de la esencia. Aunque también necesita del ser para constituirse en realidad. Sin ser no habría tiempo. Pero éste, no es por razón del ser, sino de la esencia, por lo que existe. El ser, tomado en su desnuda entidad, sería intemporal; mejor, sobre- temporal, eterno. Águila imperial, se instala por encima de todas atmósferas tempo-espaciales. Los seres se liberan del tiempo en la medida en que están dota- dos de ser. Quiero subrayar esta idea, tan primordial como desaten- dida. Su olvido puede conducirnos a nihilismos deprimentes. ¿Por qué ser y no más bien nada? ¿Por qué se afirma sólo, machacona- mente, la temporalidad del hombre y de los seres creados en general? ¿Acaso es comprensible su temporalidad sin el referente “eterno” que le acompaña? Es cierto, el tiempo humano pertenece más bien a la esencia. Pero la esencia del Sapiens es abierta, es plástica, como le gusta decir a Luis Cencillo. Deja al hombre posibilidades indefinidas de acción. En los demás seres mundanos, las posibilidades (en sen- tido amplio) están fijadas. Me parece que importa hoy mucho más insistir en que las cria- turas tienen otra vertiente contraria a la temporal. Cualquier ser es un conato de eternidad. Los seres mundanos no son enteramente tem- porales. La absoluta temporalidad no deja de ser un ente de razón, un ente ficticio. Para ser temporal, se necesita ser de alguna manera ( quodammodo ) eterno. Si los seres no fuesen eternos, tampoco serían temporales, ya que ni siquiera serían. ¡Cuánta verdad encierra la manida sentencia: Quod aeternum non est, nihil est. Ya es hora de que comprendamos que los seres luchan contra el tiempo, preci- samente porque no son enteramente tiempo. Luchan porque tienen eterno, al menos como conato, su más íntimo cogollo.
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