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REFLEXIONANDO CON EL MAESTRO ECKHART 841 mente vellones de su ser en las zarzas del camino. Son arrastradas por el ímpetu temporal, que termina por anegarlas. El hombre en cambio vence, abarca y domina al tiempo. No se desmorona bajo su acción deletérea y corrosiva, sino que se forma en él, con él y de él, en cuanto vitalmente lo acumula y exorciza. Es como una turbina colocada en mitad del torrente, que hace frente a las aguas pasaderas y, a la vez, se sirve de ellas para su funcionamiento. Por tanto, no parece inexacto afirmar que el hombre es de algún modo vencedor del tiempo, o al menos luchador incansable contra su maleficio. El hombre es “sobrenatural”, es “eterno” a su manera, en los sectores más nobles de su ser. El Maestro Eckhart escribe cate- góricamente: “El alma posee dos potencias... que operan por encima del tiempo: la razón y la voluntad”. Claro que eso hay que entenderlo con las debidas reservas. Porque el hombre tiene tintas en contingen- cia aun sus fibras más espirituales. Su mismo conocer intelectual se verifica discurriendo, caminando por las veredas del tiempo. Lo más cabal es decir con Eugenio d’Ors que es una “hipóstasis indiscernible de eternidad y temporalidad”, con predominio ontológico de la parte divina. Usando la conocida metáfora de Gerardo Diego, diríamos que el hombre se asemeja a un enhiesto surtidor de luz y sombra, cuyo chorro alcanza los luceros en el fervor de sus delirios verticales, for- mando circuito entre el cielo y la tierra. Acabamos de lanzar afirmaciones un poco graves, que recaban alguna explicación. Con las pinzas de la observación y el análisis, hemos logrado prender el tiempo por sus alas estremecidas, y man- tenerlo fijo ante nuestra mirada atenta. Ahora vamos a interpretar o explicar los datos recogidos, valiéndonos de la “teoría” filosófica, a pesar de lo dicho por Manuel Pizán en el prólogo a El tiempo en el hombre, de Petros Kuropulos: “En cierto modo, hablar filosófi- camente del tiempo es una forma de perderlo”. Para él (fustigador implacable de Zubiri) como para Kuropulos, “el tiempo de los hom- bres es siempre tiempo histórico. El tiempo no humano no es histo- ria, ciertamente, sino duración, y su pauta le da la sucesión”. El P. Augusto Andrés Ortega, claretiano, cuyas obras comple- tas está publicando ahora la BAC, expuso hace varios años una teoría que juzgo fecunda y de honda raigambre clásica, y más con- cretamente tomista (siguen siendo muy interesantes las ideas del Angélico acerca del aevum, de la evieternidad). Creo que en ella se

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