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REFLEXIONANDO CON EL MAESTRO ECKHART 839 La visión del tiempo como algo en que nos hallamos sumergi- dos está fundamentada en la contemplación del ser desde el punto de vista de las cosas. Las cosas, efectivamente, están –simplemente están– en el tiempo. No dominan ni acumulan el fluir temporal. Su pretérito es lo que fue. Su futuro, lo que será. Y su presente, lo que son actualmente. La realidad de las cosas se reduce a su presente. Para las cosas –ha advertido agudamente Zubiri–, el tiempo es pura sucesión. El tiempo de las cosas es el tiempo que algunos llaman auténtico, que no admite iteración ni detenimiento, sino que pasa irrevocablemente. Las cosas, impregnadas de temporalidad, se deshacen con y como el tiempo. La corriente temporal las lleva consigo de una manera violenta e inevitable. Tiempo y cosas –desde cierta perspec- tiva– son dos fuerzas antagónicas que pugnan entre sí. El término de la lucha no puede ser la tregua ni el armisticio, sino la victoria o la derrota de alguno de los contrincantes. Como las cosas, ónticamente depauperadas, no pueden triunfar, tienen que sucumbir irremedia- blemente a las embestidas del tiempo. Por eso, el vivir de las cosas es un desvivirse: porque el tiempo se les infiltra hasta sus más recóndi- tos entresijos y va lamiendo con terca insistencia los costados de su ser. Esta manera de tiempo –riguroso y corrosivo– no es propia del hombre en cuanto hombre. No digo que no encuentre alojamiento en el ámbito humano. El hombre se halla también construido de materia, como las cosas. Algunos optimistas pensaron que era sólo libertad. Es libertad y además naturaleza, según vislumbró ya genial- mente el Doctor Angélico. Y porque también es naturaleza, biología, el tiempo que algunos denominan real –el tiempo de la física, dice Morente– da incesantes dentelladas en su carne. También el ser del hombre se sucede, se gasta, se desangra, se desanima en el trans- curso del tiempo, dejando al cabo –como despojo– el cadáver de su cuerpo. Pero el tiempo de la física sólo afecta a la corteza del hombre. La región más céntrica permanece absolutamente incólume ante sus ata- ques. Esto no quiere decir que el interior humano sea atemporal . No. Únicamente se pretende afirmar que no está implantado en el tiempo “real”, en el tiempo de las cosas. Su tiempo es de otro signo. Es un tiempo personal, un tiempo del espíritu. ¿Cuáles son sus característi-

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