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838 FRANCISCO R. PASCUAL consistencia al tiempo y al hombre. Pero el hombre, según piensan, no tiene nada que ver con el tiempo. El hombre es un ser divino y eterno, como han afirmado algunos místicos. Resulta difícil encontrar autores que defiendan con tal extremo- sidad estas ideas. De ordinario, sólo se registran tendencias, soler- cias, aproximaciones hacia las mismas. En este sentido precario, hay muchos filósofos y pensadores que podrían ser filiados en alguna de las categorías que acabamos de citar. Aunque, “de hecho los hom- bres son por tendencia casi natural aristotélicos”, como le oí decir en alguna ocasión a Augusto A. Ortega. Es decir, reúnen hombre y tiempo en una única realidad superior. Por de pronto, así, en íntimo maridaje, se nos ofrecen previamente a cualquier labor interpretativa. Y opino que de esta verdad fundamental hay que partir, si no quere- mos navegar por piélagos abstractos y sin horizonte. No sólo existe el tiempo. Coexiste con el hombre como un consorte suyo inseparable. Pero interesa saber qué clase de unión o relaciones existen entre ambos. Porque, según sean éstas, así será también la juventud eterna de nuestras almas, de que nos habla el Maestro Eckhart, gran místico y gran tomista. Antes de encararnos de cerca con la cuestión, convendría hacer una advertencia. Cuando hablamos del tiempo, no aludimos primordialmente al tiempo del reloj, al tiempo cosmológico, al tiempo espacializado , que diría H. Bergson. Nos referimos al tiempo vivo, a la sucesión vivida, que no está formalmente construida en las fábricas mentales del hombre. Nos referimos al tiempo antropológico , holísticamente antropoló- gico, que no debe ser confundido con el llamado tiempo psicoló- gico ni con el biológico. Para una primera visión del tiempo antropológico, se presenta éste como algo en que estamos inmersos. Tal modo de entender el tiempo tiene su parte de verdad. Nadie puede negar que nues- tra vida fluye y se hace en el tiempo de una manera inevitable. El tiempo es un medio, un ambiente natural en el cual vivimos, discu- rrimos, somos... Pero esta visión del tiempo es primaria. Se apoya en un embrión de metafísica, en una antropovisión ingenua. Cualquier conocimiento humano ofrece en el trasfondo una teoría filosófica, una idea –clara o confusa– del ser. En esta ocasión, la idea filosófica preyacente es incompleta e incapaz de iluminar los sectores más nobles del hombre.

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