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REFLEXIONANDO CON EL MAESTRO ECKHART 837 Sea de esto lo que fuere, una cosa parece clara: fueron los griegos quienes “inventaron” (encontraron) el problema esencial y siempre recurrente de la filosofía. El tiempo (movimiento, finitud...) es el gran, el eterno problema que, de un modo u otro, se halla pre- sente en todos los asuntos filosóficos. Esto quiere decir que ha tenido siempre vigencia. Que para todos ha existido con una existencia al menos problemática. Problemático –téngase esto bien presente– no se opone necesariamente a real. El problema, cuando es auténtico, existe en la realidad y como realidad. De otro modo, se reduce a un bizantinismo idealista, que hace de la filosofía un preciosismo “lógico”, y no una urgencia vital. Continuemos. El hombre, la creación entera es temporal. Desde las más alejadas edades, se viene reconociendo por todas las etnias esta primaria verdad. Los mismos que teóricamente se esfuerzan en negarla, ¿por qué actúan así? ¿No será porque les hiere con su difi- cultad real y verdadera? Siempre se ha admitido “de alguna manera” la realidad del tiempo. En algunas épocas, se vivió de un modo más intenso y explícito, como afirma Eugenio d’Ors. En la Edad Media, por ejemplo. O en el barroco español. También en la época actual, aunque en un sentido muy distinto. Dada casi por obvia la condición temporal del ser humano, se levanta, espontáneo y punzante, otro nuevo interrogante ante la curiosidad siempre insatisfecha de nuestro entendimiento: ¿Cómo afecta el tiempo al Homo Sapiens? Esta cuestión tiene unas caracte- rísticas particularmente interesantes para el hombre de hoy. Con ella, ingresamos sin remedio en la almendra de la cuestión que nos ocupa y preocupa. Para algunos –instalados en la región de la pura teoría, de la contemplación teorética– no existe el problema del modo de relacio- narse el hombre y el tiempo. Rechazan tales relaciones o las relegan a un plano afectivo o imaginario. Ciertos filósofos admiten exclusi- vamente un polo de la relación, con lo cual queda ésta destruida. En efecto, o afirman sólo – parmenídeamente – la realidad del ser eterno, colocando al tiempo en un mundo apariencial (algunos, yo no, citarían aquí a Kant con su tiempo como “forma a priori”). O lo diluyen todo en una mera temporalidad, al modo heracliteo. Otros admiten los dos polos de la relación. Pero no aducen razones; mejor, aducen razones “negativas” para demostrarlo. Otorgan ciertamente
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