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72 ALFONSO ORTEGA Este aprendizaje de principios dogmáticos es central en las filosofías helenísticas. Lo es de modo especial en el Epicureísmo. A todo dogmatismo es fundamental la afirmación y aceptación de una verdad formulada, que no puede ser puesta en duda ni quiere ser superada por otra alguna. Los dogmas tienen, por lo general, una función directiva para la vida y son a su vez símbolos, en los que los miembros y seguidores del Epicureismo se reconocieron vitalmente integrados. Esta Filosofía es impensable si no se conduce a la Praxis. No sin razón, en virtud de esta guía espiritual, recibió Epicuro una veneración casi divina, como portador de una salvación, por parte de sus seguidores. ¿Fue ésta la intención del gran poema De rerum natura ? ¿Quiso Lucrecio con su obra llevar serenidad a la agitada sociedad romana? ¿Esclarecer un mundo confuso? De todas formas es admirable, y aun paradójico que, para expli- car Lucrecio la génesis de todo lo existente, abriera míticamente su obra, el primero de su Proemios, con un Himno a Venus, uno de los pasajes más hermosos de la Literatura de todos los tiempos, símbolo de la fuerza generadora y cohesiva del Amor, philía-amistad, como había pensado el otro filósofo poeta de Agrigento, Empédocles, frente a la fuerza disgregadora de neíkos , separación, discordia, es decir, el mundo como antítesis cósmica: ¡Madre del pueblo de Eneas, placer de los hombres y dioses, Venus propicia, que bajo los astros que el cielo recorren llenas de vida la mar navegable y fructíferas tierras! Porque por Ti es concebida la raza de todos los seres vivos y mira, nacida, del sol las espléndidas luces: ¡Huyen, diosa, de ti, los vientos, de ti!, ¡de ti las nubes del cielo y por tu llegada! ¡En tu honor produce industriosa la tierra flores amables, en tu honor sonríen del mar las llanuras, y brilla el cielo sereno en tu honor en su luz inundado! Porque apenas vernal resplandor de la aurora sus puertas abre y, quicio girado, domina fecunda del céfiro el aura, ¡Diosa!, te anuncian primero en el cielo las aves, y tu llegada, estremecidas en sus corazones por fuerza de tu encanto presente. Entonces las fieras y mansos ganados retozan por pastos lozanos, y nadan cruzando por raudas corrientes: y así de tu encanto cautivo con avidez cada uno te sigue a donde y del modo que tú lo conduces. Finalmente por mares y montes y ríos que todo lo arrastran, por los albergues de aves poblados de hojas y verdes campiñas, en unos y en otros, en todos moviendo los tiernos amores, haces que ellos, del instinto creante llevados, prolonguen los siglos.

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