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MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ R. I ., 2001, n.º 223 710 han lebantado, y en esta Provincia los de la corona (que an llamar) que están en toda la costa de Coro tampoco se han levantado, sino antes defendido las tierras de Vuestra Ma- gestad, como sucedió el año de 69, que solos doze indios acometieron a más de 60 fran- ceses, y les mataron 17, y quitándoles las armas a toda priesa hicieron embarcar; y en un año en sus doctrinas hizieron tres iglesias, casas de doctrinero, y casas generales para los pasageros; y pagan puntualmente el estipendio a su doctrinero, tratándole con mucha reverencia. Y al cacique le da cada indio un real de a ocho, sin faltarle jamás por el cui- dado que tienen de conservarles en sus lugares, hallando siempre los españoles entre ellos buen acogimiento, guiándoles y sirbiéndoles de arrieros por poco. Interese con la mayor fidelidad que decir se puede, cómo de todo tiene experiençia y con sus ojos ha visto el M. Rvdo. P. Fr. Hipólito de la Soledad. Y si con las tiranías que con ellos se usan no se le- bantan, hechos libres como mostrarán rebelión. Mas que ellos son una gente, que peca muy en pusilánime que en ladina, en quienes no implica el sentimiento que la luz de la razón les persuade en lo que contra toda raçón se ha obrado y obra contra ellos. Resultado así mesmo, según se experimenta, grabe daño espiritual suio, pues no han de atender a otro, que aguardar los atos de los encomenderos (de los quales es raro el que tiene algo de compassión), y así me refieren no saben qué cosa es doctrina christiana ni sacramentos, sobre las tiranías que con ellos se están usando. Y cierto, que sin saber cómo ni porqué camino, se entró por esta ciudad en mi pobre retiro, viniendo de los montes o atos un indio a quien viendo tan desfigurado y desnudo, con un clabo en mi coraçón me adelanté a preguntarle, ¿quién era? No ignorándolo yo, por las noticias comunes que de lo referido tenía, díxome era esclabo, aquí prorrumpí en impaciente desconsuelo, a que adelante a preguntarle ¿quién lo hacía esclabo? Y me repitió, que el encomendero lo tenía por tal, a sí y sus pobres higitos, y que como a tales los trataba; a quien, aunque yo con cautela reserbada no quisiera creer, hízome dar crédito a ello su desgraçiado trage y semblante. Consoléle lo mejor que pude e imbiéle en paz, aunque cargado de sus penas, pues yo no podía hacer más. A este talle, señor, pagan los pobres con tiránicas esclabitudes su natu- ral libertad, como si en ellos fuera mortal culpa. No dudo darán a entender a Vuestra Magestad se cumplirá y cumple con lo condes- cendido a lo alegado. Lo que se es, que dicha cédula se publicó a pocos días después de la missión hecha en esta ciudad, antes de irse el galeón del Patache, para que conste de ello, y se añada velo a velo a los ojos de Vuestra Magestad; en que certifican personas temero- sas de Dios, [2v] que no sólo no se dará el medio real como asta aora no se ha dado, sino que será ocasión para que la extorsión sea mayor. Y para la ciencia de esto no es menes- ter falsificar mucho el discurso: porque como del cuero han de salir las correas, las ventas de las encomiendas, dígolo con este título aunque lo doren con otros revoros, costarán más caras y así se siguirá, es cierto mayor esclabitud a los míseros indios quedando sólo lo caro de ellas y lo usurpado de los dichos pobres. De que se sigue, no sólo el que los encomenderos no sólo se pierdan voluntarios con sus asistentes aogándose en la sangre de tanta inocencia, bajando al mar de los abismos, sí también el que los pobres indios lleguen a su última perdición, así por falta de educación así como por sobra de tiranía. De que noticiosas las circumbecinas bárbaras naciones es fuerça se retiren del suave iugo del Evangelio; como de hecho lo hacen y executan con detrimento suyo y lástigma [ sic ] de todos. Y así dexando a un lado el porqué ay tanta miseria y tanto que llorar por estas tierras, en que temo la total ruina de ellas, a cuios naturales por ser christianos les está resultando tantos daños e injustas esclabitudes, que están clamando a la justa ira de Dios,

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