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natural de Elvetea y vecino de Elizondo; Tristán de Ursúa, dueño del palacio de Zubiría en Arráyoz; Miguel de Ursúa, escribano por su majestad, natural y vecino de Elizondo; don Sebastián de Aguirre, presbítero, natural y vecino de Elizondo; el bachiller don Miguel de Narbarte, vicario del lugar de Arráyoz; el también presbítero, natural y residente en Elizondo, don Pe- dro de Echayde y Garbalda; Simón de Ascó, escribano real, dueño del pala- cio de Ascó; Juan de Vergara, dueño del palacio de Vergara, en la parroquia de Arizcun; Pedro de Arizcun, dueño de la casa de Garbalda en Elizondo, casado con una sobrina de fray Martín de Mayora, abad que fue de Urdax; don Baltasar de Rada, castellano del castillo de Maya, gobernador de la dicha valle de Baztán por su majestad y señor del lugar de Lezáun; Barto- lomé de Ursúa, dueño del palacio de Jaureguízar en Arráyoz; Miguel de Vicuña y Zozaya, caballero del hábito de Santiago, cuyos son Zozaya y el palacio de Arráyoz, capitán de infantería en el castillo y fortaleza de Maya; y los presbíteros don Juan de Ureta, rector de Arizcun; don Martín de Iri- garay, natural y vecino de Arizcun y primo de don Martín de Mayora; don Juan de Urrasun, rector de Maya; y don Juan de Gaztelúzar, natural de Elvetea y residente en Errazu, paje que fue de fray Juan de Garbalda y Echayde, abad de Urdax. De sus testimonios hemos espigado lo referente al incendio provocado por los «herejes franceses» y la mala consecuencia que derivó; pues si antes podían vivir sobriamente 20 religiosos, en la actualidad apenas se susten- taban ocho. Con este descaecer del monasterio sufrían gran menoscabo las gentes de las montañas por la devoción que profesaban al santuario y sufría el mismo servicio directo del rey con la falta de tantos valiosos informes que solían llegarle desde este monasterio merced a la anterior afluencia de franceses devotos. Varios de los testigos evocan las arriscadas peripecias de algunos de sus abades a fuer de espías y de mensajeros: fray Juan de Gar- balda y Echayde, a quien premió Felipe 11 con la abadía de Leyre; fray León de Araníbar, quemado en efigie en la plaza pública de Bayona; fray Martín de Mayora, que no pudo gozar de los 300 ducados de renta asigna- dos por la Corona; porque, aunque logró hurtarse a la persecución que con diez hombres le armó el preboste de Bayona, «con la alteración y el susto» falleció luego de haberse refugiado en Elizondo 31. Malos trances pasaban las finanzas españolas, hasta para tan menguada merced. Ni plata ni vellón quedaba por resellar. Reorganizó las suyas el monasterio, en tono más discreto; y, al cabo de tiempo, dejó de nuevo corriente y labrante su ferrería vieja, aquélla que distaba un tiro de bala (mosquetes de los tercios) de la jurisdicción de Añoa. 31 "N. 3, Real Cédula, fol. l", 98 folios: AHN, Cons. 6927.

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