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costas cada vecino más de veynte y quatro reales», y el sesgo que tomaba el asunto indicaba que el costo sería superior a lo calculado. A Juan de Osta (56 años) y a Juanot de Echaberea (39 años) les habló el dueño del Palacio de Ursúa, Martín de Ursúa, aconsejándoles se retirasen del pleito, y Juanot se sintió más obligado a asentir «por temor de dichos gastos y tener alguna tierra e n arrendamiento del dicho Palacio de Ursúa» (fl. 9 ) . Curiosa- mente todos revocan el poder ante Miguel de Ursúa, escribano real. A la mayor parte los invitan a ir a casa del cura «an llamado dos veces a este testigo a casa del dicho acusado» y allí les repiten el riesgo que corren de perder los pocos bienes que tienen, y, para que no cambien, una vez deci- didos a revocar, les espera en casa del Rector el escribano Miguel de Ursúa, que extiende inmediatamente el escrito de revocación. «A esta muger - d i c e María Domenchenea, viuda de 66 años- la llamaron otras mugeres del dho lugar para que fuese a casa del acusado y abiendo ido a la dha casa, estaba en ella Miguel de Ursua Esno Real el qual la pregunto a esta testigo si abia dado poder y respondio que no, y el diho Miguel de Ursúa bolbio a decir que si queria estar libre del pleito intentado.. . y otras razones y esta testigo respondió que no queria pleitos» (fl. 11) . A Iñigo de Salaberri (40 años) «lo hizo llamar a su casa una noche y le propuso que para qué queria pleitos, porque solos cinco o seis vecinos querian; los demas auian salido» (fl. 15 ) , y él creyendo que la mayoría se había retirado, hizo lo mismo ante Ursúa; no era verdadera la razón, pero fue suficiente. A María de Echenique (28 años) le dijo que «el dicho barón ni dejaría de seguir el pleito, y que su marido hiciera lo que le pareciere.. . » (fl. 19 ) , con esta perspectiva no es difícil averiguar lo que hizo. Hubo mujeres que resistieron algún tiempo, pero sucumbieron al fin: María Talarena fue llamada varias veces, respon- diendo ella «auia de estar de parte del lugar, asta que la bolberon a instar mas y a decirla que no tuviese pleito y a esto respondio esta testigo que no queria pleitos» (fl. 21 ) . Era difícil resistir el asedio, y hasta Martín de Sastriarena, diputado del lugar, con sus 60 años que afirmaba «no queria salir del pleito en daño del concejo» a instancias de Ursúa «y por temor de que sobreviniesen muchos gastos» revocó el poder. No pasan de media docena los que revocaron el poder por habladurías de los vecinos o rumores que corrían por el pueblo. Pedro de Anchorena se mostró irreductible, y entonces intentaron conven- cerlo por medio de su mujer Graciana, con un ofrecimiento muy tentador: Primero le insinúan las graves pérdidas probables, recordándole a la vez su situación económica «el pleito sería para muchos años y perdería su casa, y para qué quería tener costas pues sabía estaba con muchas deudas...», y a continuación le ofrecen una bicoca: el rector haría diligencias «para que a esta testigo la diese cincuenta ducados una persona que le tiene obligacion

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