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VIDAL PÉREZ D E VILLARREAL que carecen por consiguiente de los conocimientos necesarios para consumar su domesticidad)). Suele ponerse como ejemplo de animal malo y resabiado al ga- nado mular del ejército. En la operación del herrado, lo primero que hay que asegurar es la persona del herrador y de sus ayudantes. Generalmente no se oponen los animales al he- rrado de las patas delanteras tanto como al de las traseras. El profesor Sainz y Rozas clasifica los caballos en buenos, tímidos, irritables y malos. Se sonríe don Pedro ante esta clasificación y la aprueba. Para herrar a los primeros basta levantar la extremidad, con la parte inferior del casco dirigida hacia arriba. En los potros tímidos hay que extremar el trato suave y cariñoso. A los irritables hay que meterles miedo; para esto, se toma con violencia la cabezada o cuerda con que se les sujeta y se les dirige palabras pronunciadas con energía y miradas severas (aquí los «tacos» de los arrieros), y si no es suficiente, se les amenaza con el mango del martillito o con el del puja- vante; si se portan bien, se cambia de actitud, se les habla dulcemente, se les pasa la mano por la frente, se les da palmaditas en el pecho, etc... y se procede a la operación que ha de desarrollarse con perfecta normalidad. El caballo malo no sólo se opone a ser herrado, sino que se defiende, mor- diendo y golpeando a cuantos tiene en sus proximidades; esto no es tan frecuen- te en el ganado caballar, como en el mular y asnal. En estos casos se les limita los movimientos al máximo. Si tienen tendencia a morder y manotear, se les ata corto y con la cabeza bien baja, para que no puedan encabritarse y molestar a los operarios. Si se defienden lanzando golpes temibles con sus extremidades posteriores, se les coloca la cabeza bien alta, para que, cargando la mayor parte de su peso en la parte posterior, no les sea cómodo mover las patas traseras con libertad. A veces conviene cubrirles los ojos, y, dándoles tres o cuatro vueltas alrede- dor, se consigue que olviden la posición de los circundantes. Si no hay más remedio, se acude a las técnicas de sujeción; todas pueden re- ferirse o a producir en determinado lugar del cuerpo del animal un dolor mo- mentáneo muy intenso que les distraiga de la operación que se va a realizar o a sujetar de alguna forma sus extremidades posteriores. Generalmente, nunca se les aplica «el potro)). Los primeros se llaman medio^ de punicion o tortura que se producen con el torcedor de nariz y con el acial. Torcedor de nariz (Figura 15 y Fotografía 25) También se le llama trabón. Es una palo cilíndrico de poco menos de un metro de longitud, no muy grueso (poco más que el de un bastón ordinario) con un cordel en forma de lazo en uno de sus extremos. Se suele colocar el lazo en el labio superior, y, hecho esto, se hace girar el palo comprimiendo el labio lo necesario para producir un dolor suficiente para que el animal no fije su aten- ción en la operación que en él están realizando. 5. Sainzy Row, Juan Antonio. Op. cit. p. 208 s. 6. Sainzy Rozar, Juan Antonio. Op. cit. p. 21 1.

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