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VIDAL PEREZ DE VILLARREAL extremo en sus casas, son intemperantes cuando andan de fiesta, siendo muy común la borrachera semanal o quincenal en unas mismas personas». Los comensales: En la mesa familiar comían todos a la vez, incluido algún peón o criado que estuviese ayudando en algún trabajo familiar. No existía orden preestable- cid0 para sentarse a la mesa, aunque casi siempre se colocaba el cabeza de familia, el padre, en el mismo lugar, y la madre en una posición cómoda para poder cumplir con su triple cometido de cocinera, sirvienta y comensal. «En nuestra borda teníamos una cocina demasiado pequeña para los que formábamos la familia; teníamos sujeta a la pared por uno de sus extremos una mesa que se bajaba, con un pie derecho en medio, pero cabían en ella solamente cuatro personas y no la odíamos usar porque llegamos a ser diez de familia; se colocaba cada uno en torno al 1 ogar donde podía, sentados en sillas bajas, en troncos, en piedras o en el mismo suelo; al suegro se le reservaba una piedra junto a la ceniza porque allí hacía más calor y él tenía muchos años. Mi suegro no se quitaba nunca los eskalapuñes (eskala oinak) o chocles de madera y subía hasta B su habitación con ellos dejándolos al pie e la cama; también usaba a diario, sobre todo en invierno, galtzerdirnotz o medias de lana de oveja sin pie, para abrigar las pantorrillas» (Bernardo Urreaga). En casa cada uno tenía siempre su plato; en el campo, no. Los platos más usados eran de barro rojo cocido, como tarteras pequeñas, pero se rompían con facilidad y «a los críos nos daban platos de metal esmaltado». Para comer sopas y potajes se usaba siempre la cuchara; era de madera, de forma muy parecida a las de metal, aunque algo menos profunda; su tamaño era variable según el uso a que se le destinaba; se fabricaban en madera de boj. La cuchara de palo de tamaño grande se usaba principalmente en la preparación de guisados en tarteras de barro; para comer se fue cambiando muy pronto la cuchara de madera por la de metal que se manejaba mejor y se limpiaba más fácilmente; se señalan como fechas de este cambio los años inmediatos a 1920. Nunca se usaban tenedores; los fritos, las patatas, el tocino, las magras y otros productos similares como la carne con hueso, se comían siempre con los dedos. «Había tenedores, señala Bernardo Urreaga, pero no se hacía uso de ellos; si venía el cura o algún invitado, se le ofrecía a él el tenedor, pero nosotros no lo usábamos nunca». No había cuchillo individual, servía uno para todo y para todos y con él se cortaba el pan, el queso ... A veces, en vez de tenedor usábamos cortezas de pan preparadas con el cuchillo, para ayudarnos sobre todo en las salsas de las comidas. La leche se tomaba en tazas de madera que recibían el nombre de opo (oporra); se le solía añadir sopas de talo o de arto. Para preparar estas sopas, se cortaban rebanadas delgadas de arto y se colocaban sobre el erretoki (tostador largo en forma de parrilla); se colocaba todo encima de la brasa viva y se les tostaba sin quemarlas ni ahumarlas. Preparación de los huevos de gallina Siempre se han cocinado los huevos de gallina de formas parecidas a las actuales. Algunos indican que se consumían muchos huevos, pero la mayor parte afirma lo contrario; todos subrayan de forma uniforme que se vendían los huevos en el mercado de Elizondo los domingos por la mañana, consiguiéndose así un pequeño capital para adquirir diversos objetos necesarios para la familia. El matrimonio Carricaburu añade que el día del cumpleaños de alguno de la familia, se le obsequiaba en la comida con un huevo frito. Bernardo Urreaga comenta que las mujeres tenían arte especial para pre arar «unosmuy buenos huevos fritos»; «lo hacían con una sola mano: golpear, abrir f a cáscara y echar el huevo al aceite hirviendo». También recalca el mismo señor que en ocasiones, sobre todo en las vigilias cuaresmales, preparaban unas mezclas de huevos con bacalao y guisantes; «era un plato muy bueno, pero
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