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Pero dejemos apuntado solamente este tema, motivado por el contraste inaceptable que estab le– ce M. Buber entre profetismo y escatologismo , y yol– vamos a su filosofía dialógica que puede ilu m¡nar en gran manera al teólogo de la historia. En efecto; si el diálogo es algo sustancial a la vida huma na y, por tanto, a su historia, indudablemente pote ncia su eficacia cuando se entabla entre Dios que hab la y el hombre que responde. La teología de la his toria no sólo no puede prescindir de este diálogo, sino que debe asumirlo plenamente y hacer de él una piedra clave del edificio espiritual que está. llamada a levantar ante las conciencias vigilantes de l mo– mento presente. * * * Al llegar aquí en nuestras reflexiones advert imos que ningún sistema filosófico satisface plena mente como presupuesto para una visión teológica de la historia. Pero es innegable, a nuestro parece r, que en la búsqueda que hemos efectuado por los cam– pos d.e la filosofía actual hemos podido recoge r, co– mo Rut en los campos bíblicos, excelentes espigas de buena mies. Todavía no se ha elaborado el pan sabroso de una visión integral de la historia. Esta Summa .no ha sido aún compuesta. Pero nos parece haber entrevisto dónde se hallan los materiale s ne– cesarios y el modo y manera de llegarlos a orde nar. 84
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