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nari a y la teolog~a de la historia. Esta, contra lo que propugna dicha dialéctica, nunca se realiza en sis– tema ce rrado. Está abierta plenamente a la trascen – denci'a, porque exige la interacción de Dios, que ha– b!a personalmente al hombre, y la respuesta de éste que colabora o protesta. No es raro interpretar este diá logo de Dios con el hombre en la historia como dia léc tico. Caso de que se acepte esta terminología, que nos parece muy ,ambigua, hay que notar que en este caso se t rata de la dialéctica binaria de Kierkegaard, que es el enemigo en vanguardia de la dialéctica ternaria de Hegel. En todo caso, ni la dialéctica binaria de Kierke – gaard nos vale por acabar ineludiblemente en puro decisionismo antihistórico, ni la dialéctica ternar ia por los motivos que terminamos de seña lar. Tene – mos que buscar otro sistema filosófico que pued'l3. ser fundamento racional de la teología de la histo– ria. 2. La historia como progreso según el positivismo Nace el positivismo histórico como reacc1on a la metafísica que desbordó toda mesu11aen la filoso– fía de la historia de Hegel. Ortega pone en eviden– cia este choque al recordar la frase de L. von Ran– ke, para quien la misión de la historia consiste en "decir tan sólo cómo efectivamente han pasado las 60

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