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durante siglos esta gran filosofía del tiempo queda olvidada para hacer del tiempo esa realidad externa a nosotros, que nos punza con las agujas del reloj, aceptado como cronómetro de nuestras activida– des. Con la obra de Heidegger, Sein und Zeit, ya bien entrado el siglo XX, vuelve el tiempo al centro de nuestras preocupaciones . Pero no el tiempo astro– nómico, el exterior, sino el íntimo, el vital. Retorna, pues 1 Heidegger a las intuiciones agustinianas, pero secularizadas. El hombre, ser pa:ra la muerte, pro– clama su fragilidad metafísica. Pero no busca apo– yo , como San Agustín, en la eternidad de Dios. El solo debe cargar con el fardo pesado de su frágil temporalidad. Un estoicismo heróico debe sustituir a la oración cristiana, que pide ayuda y rezuma es– peranza. El laicismo de Heidegger, que deja a un lado toda vinculación a la trascendencia, pide una deci– sión siempre renovada por la que el hombre va ac– tuando su libertad. Por ella responde al ser que le llama y le fascina. El ser, a su vez, se va realizan– do en la actuación libre, incesantemente renovada en cada momento. De esta renovación incesante brota la auténtica historia humana. Vemos, pues, que Heidegger llega a identificar el ser y el tiempo, pues el Dasein, la existencia hu– mana que revela al ser, sólo se puede realizar en una serie continuada de decisiones, ligadas al tiem– po. El tiempo entra, por lo mismo, en la íntima es– tructura del ser. El ser se ha temporalizado. De to- 32

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