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sentada por su max,mo jerarca, se siente preocu– pada por la historia. La pena brota al constatar que son muchos los siglos en los que el pensamiento cristiano había casi marginado el tema de la histo– ria del campo de sus investigaciones. Esto es más de lamentar por cuanto el genio de San Agustín ya dejó plasmado un magnífico pro– grama en su De civitate Dei. Pero este programa fue uno de los temas ahogados por la gran meta– física griega, polarizada en demasía a las esencias y valores intemporales en una visión filosófica abs– tracta y, en ocasiones, meramente conceptual. Tan sólo historiadores de segunda fila, como Otón de Frisinga y Ruperto de Deutz, y algún espíritu exal– tado, como el apocalíptico Joaquín de Fiore, se preocuparon en la edad media del tema de la his– toria. Los teólogos, vinculados al método griego del proceso de la ciencia, la descuidaron. Por ex– cepción, reflexionaron algunos sobre ella, como San Buenaventura y el Cardenal de Cusa. Pero nun– ca poniéndola en el centro de sus preocupaciones teológicas. Con el despertar de la conciencia moderna a la historia no despierta este tema dentro del pensa– miento cristiano. No podemos conceder al Discur– so sobre la historia universal de Bossuet el que sea una toma de conciencia. Discurso de circunstancia educativa al servicio del Delfín, utiliza la historia para ponderar los destinos de Francia y de sus re– yes. Hombre de genio, deja caer en su Discurso observaciones grandiosas sobre los caminos de la 16

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