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con él. En el convento de Capuchinos había otros sacerdotes, pero al que buscaban los peregrinos era al Padre Pío, y, con tal de confesarse con él, esperaban contentos hasta 15 y más días en San Giovanni Rotondo. Si el trabajo era abrumador: "Son ya diez y nueve horas las que llevo sujeto al trabajo. Un esfuerzo superior a mis fuerzas, al que estoy haciendo frente como puedo, sin un momento siquiera de descanso", fueron mucho más dolorosos los dos años, de junio de 1931 a julio de 1933, en los que, por las causas que ya hemos indicado, quedó recluido entre las cuatro paredes del convento. Se sentía "devorado por el amor a Dios y el amor por el prójimo", que le impulsaban a "liberar a mis hermanos de los lazos de Satanás" y a "dar la vida por los pecadores y hacerles participar después de la vida del Resucitado", para poner fin así a la "ingratitud de los hombres para con Dios, nuestro Sumo Bienhechor". Al administrar el Sacramento de la Confesión, el Padre Pío usaba todos los medios a su alcance para arrancar a sus penitentes del pecado y conducirlos a Dios; también los dones especiales de profecía y de penetración de las conciencias que le permitían - y lo hacía a veces - adelantarse a enumerar los pecados que debía confesar el penitente; sin excluir, cuando era necesario, la corrección severa, el rechazo e, incluso, el negar la absolución. Pero, luego , debía comprar esas almas y conseguir que todas volvieran arrepentidas en busca del perdón. Escuchemos estas palabras dichas a un sacerdote inglés: "¡Si supieras cuánto cuesta un alma! ¡Las almas se compran y a muy caro precio!". Y a su Director espiritual escribió: "Cuántas veces, por no decir siempre, me toca decirle a Dios juez , junto con Moisés: «Perdona a este pueblo o bórrame del libro de la vida»". "Hombrede oración" Del Padre Pío se ha escrito: "El Padre Pío es un hombre hecho oración; es la definición que mejor le corresponde, como al Seráfico Padre"; y fueron muchos los que aprendieron de él la difícil e importante enseñanza de la oración. 15

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