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¡DIOS MIO, QUE ME HA PASADO! febrero, 1992 Alberto Bustos tiene 49 años y vive frente al hospital, en la margen izquierda del Napo. Es un hombre activo y hábil en carpinte ría. Se le ve con frecuencia reparando canoas viejas y en mil pequeñas cosas más. El día 17 de febrero, en esta época de verano con pocas lluvias y selva muy seca se ha marchado de mañanita hacia el río Cocaya, Este recorre la selva al norte del Napo y paraleto a él, a una distancia de dos largas horas de caminata. Junto al río Yasuni sus aguas encierran gran parte de la fauna fluvial que abastece de proteínas a la población de la región. Algunos vecinos de esa margen izquierda del Napo tienen sus pequeños tambos para pasar unos días etiando lo visitan. A veces cultivan sus parcelas de yuca y plátano. En realidad, el Cocaya pertenece a la selva familiar de muchos habitantes del bajo Napo. A las $ de la mañana Alberto ya está en su faena de pesca. El visita sus pozas predilectas, pero, en esta ocasión, no hay demasiada suerte. Cuando ya se acerca el mediodía y el sol, el calor y la hume dad le envuelven todo, antes de regresar, intenta en uno de los lugares conocidos recoger una cantidad mayor de pescado para la casa. Ha llevado un taco (le dínamita y va a probar fortuna. Pone la mecha, la ajusta bien, enciende el cigarro y lo aplica y, antes de que haga nada, todo sale por el aire. Un ruido infernal y ¡Dios mío, ¿dónde está mi mano! ¡Un manojo de nervios y carne, dos o tres huesos colgando y un fuerte dolor!. Se apoya en un árbol, ¿se va a desmayar!. Pero, no, necesita ayuda y ¡está tan lejos de casa y del hospital! Se saca su camisa y envuelve con ella ese horrible muñón san grante y comienza a caminar. Y anda, tropieza y a veces cae, pero se levanta y continua andando. No se detiene. Tiene la idea fija de que tiene clue llegar. Anda y anda. Dos horas después está ya cerca de su casa y allí, al subir la pequeña escalera, se derrumba. -Que alguien pase al otro lado; que avisen a Efraín para que vengan a buscarme con el motor. Media hora después entra por la puerta del hospital. Está pálido, pero sereno. Su rostro muestra su gran sufrimiento, pero no grita ni llora. Cuando le veo me acuerdo de su sobrino Denis. También él sufrió una amputación traumática de mano derecha por un mal taco de dinamita. 86
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