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juzgar por sus recuerdos, hacía 10 meses, con una tos persistente, temperatura vespertina y pérdida de peso. Había recibido mil reme dios y miles de acciones mágicas, pero la enfermedad se mantenía anaigada en lo más hondo de su organismo y seguía realizando su malévola acción. Cuando llegó al hospital, desde la vía de los Aucas, cerca de Coca, donde vivían parientes suyos,.parecía un espectro. No era necesario ser un experto para adivinar su dolencia: hay un no se qué en la expresión de un tuberculoso en fase avanzada, que lo hace inconfundible. El estudio del esputo mostraba abundantísímos bacilos de Koch y en la radiografía aparecían pulmones invadidos en todos los campos. Cuando iniciamos el tratamiento de ciclo corto, que hoy es ad mitido en todo el mundo, nuestra mayor preocupación era si lo tolera ría o habíamos llegado demasiado tarde. Su esposo le acompañaba y se te veía cansado; parecía que había abandonado la lucha. Era triste ver a un matrimonio joven, en la última etapa de un largo viaje y saber que pronto iba a finalizar. A los cinco días María Teresa se apagó, sin angustia ni signos especiales, corno la vela que se extingue, apenas con leves parpadeos. ¿Qué podíamos hacer? Cómo enterrarle en Nuevo Rocafuerte, lejos de los suyos? El esposo quería llevarla como fuera hasta la familia de ella, en la carretera (le los Aucas y entregarla a sus padres y, bien miradas las cosas, tenía razón. Primero quise organizarles un viaje con alguna embarcación que saliera de madrugada, pero mil dificultades abortaron el programa. A las 8 yo mismo organizaba un viaje., previsto para el siguiente día, con Santos Jota, nuestro motorista, el esposo, María Teresa y yo mismo. La envolvimos en una cobija y un plástico aislante y en una de las camas portátiles del deslizador la instalarnos junto al esposo. Santos y yo ocupábamos los otros dos asientos. Cuando llegamos a Coca eran las cinco de la tarde. Pedí un coche de la misión y emprendimos viaje hacia Valle Hermoso, a 55 km de Coca, donde vivía la comunidad shuar y su familia. De pronto se nos presentó una gran dificultad: el puente del Napo, en el mismo Coca, estaba en obras y lo cerraban para toda la noche en ese mismo momento. Yo llegué con el carro y logré colocarme en primera línea, detrás del «trooper» del comandante del Batallón, que vivía al otro lado y que, evidentemente, iba a pasar. Con cara compungida me presenté ante su puerta y le rogué que me dejara pasar: traía el cadá ver de una pobre mujer desde Rocafuerte y la llevaba a su comunidad. -Colóquese detrás de mi y sígame. Le dejarán pasar, me contes tó. 84
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