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pequeñas heridas, que pueden causar grandes hemorragias en el enfer mo. Los padres de Miguel Francisco me escuchaban con suma aten ción y trataban de comprender lo que ocurría dentro de los pulmones de su hijo. -Así es que mi hijo se ínfectó por comer cangrejos en la quebra da, ¿no es verdad?. -Exactamente, esa es la únicaS manera de entrar en nuestro cuer -Todos mis hijos deben estar infectados, decía Victoria Conti nuamente están comiendo los cangrejos de la quebrada que hay a los pies de la casa. -Pero, ¿no los cocinan?, pregunté. -No, se chupan las patitas y parte del interior y dicen que el gusto medio amargo es muy agradable para ellos. -En realidad, doctor, intervino don Segundo, todos tienen tos y esputos oscuros desde hace bastante tiempo. Le hemos traído a Mi guel Francisco ahora, pero querríamos venir después con los demás. - Bien, veamos cómo se cura éste; después Uds. decidirán. Hospitalizamos a Miguel Francisco y sus padres regresaron a Shushufindi. Les pedí que a los 26 días regresaran por él: estaría ya curado del todo. El tratamiento que empleaba en esta enfermedad era un producto japonés, Bitin, que necesita unas tornas repetidas según pautas ya conocidas. El día 5 de mayo, ya curado, regresaba el niño a sti casa y los padres, agradecidos, prometieron traer al resto de la familia en el mes de agosto. El 19 de agosto apareció la familia Morocho Guanulema. Cuatro hijos: Segundo Vicente, de 17 años; Carmen Rocío, de 12; i\ngel Eduardo de 9, y Luz Amparo, de 5. Todos con antecedentes claros de la enfermedad y con esputos positivos. Fue un mes terrible, porque el hospital se convirtió en la casa de juegos y travesuras de la familia Morocho. El problema mayor no era tomar las medicinas a su tiempo, sino evitar continuas catástrofes caseras ante su actividad exuberante. Pero al final, el mes terminó y los esputos achocolatados y e] resto de problemas desaparecieron. Los niños y el joven regresaron a su casa. Aún faltaba el mayor, Homero, de 20 años, en aquel tiempo realizando la conscripción militar. También él nos visitó, en enero del 88 y se sometió al tratamiento correspondiente. Yo estaba tremendamente intrigado: ¿cómo sería esa famosa quebrada, a los pies de la casa de los Morocho, con una capacidad 67
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