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UNA EXPLOSION DE VIDA INTRAAURICULAR noviembre, 1984 Mauro Ajón regresaba de la selva por la tarde del 1 de noviem bre, después de una infructuosa jornada de cacería. Su cuerpo sudado atraía a toda clase de moscas, que hacían más dotorosa aún la jornada de retorno. Al pasar una pequeña quebrada, uno de esos insectos pe queños y zumbadores se le introduje en el oído derecho pero, gracias a Dios, salió inmediatamente. De todos modos le quedo una pequeña molestia, que en las siguientes horas aumentó. Al llegar a casa se bañó y también intentó una limpieza más esmerada de su oído derecho. Las molestias continuaron y a la mañana siguiente algo le mordía en clin— tenor de su conducto auditivo externo. Qué será, se decía. tendré que ir a visitar el hospital, a que me examinen. Cuando llegó hacia las 10 de la mañana, estaba nervioso: pare cía sentir que le mordían por dentro y, realmente, se le veía inquieto y agitado. Yo pensé en la existencia de algún insecto, vivo, que se revuel ve en el interior. Los pacientes lo describen con palabras similares a la de don Mauro. Cuando introduje el otoscopio cambié de opinión. El espectáculo era impresionante: fijos por una especie de pedúnculo cientos de pequeños gusanitos anillados, cubiertos de filas de peque ños pelos, se movían como culebrillas y bailaban en el interior de ese sonrosado túnel que es el conducto auricular. La mucosa del conduc to auditivo se agitaba también y tina explosión de vida parasitaria había irrumpido, sin previo aviso y autorización, en el organismo de don Mauro. Tenía que ser terrible la sensación subjetiva que experi mentaba el paciente y se explicaba con creces su gran tensión nervio- Me preguntaba qué hacer. De entrada introduje un algodón con mercuniocromo con la idea de matar a las larvas y no herir la mucosa auditiva. Después de una hora lavé el conducto auditivo externo con agua hervida y un antiséptico, pero las larvas seguían vivas. Me pare ció que no teníamos que tener demasiadas contemplaciones y era pre ferible irritar el tímpano con tal de matar rápidamente aquella vida en expansión. Un tapón de merthiolate alcohólico quedó depositado en el fondo del conducto e inmediatamente el paciente se sintió aliviado. La calma se estableció y la vida parasitaria se apagó. Al día siguiente, cuando extrajimos el algodón, el oído externo estaba limpio y no quedaban señales de aquella fulminante parasitosis introducida por una pequeña mosca, que en su visita fugaz, había depositado cientos de huevos a punto de eclosionar en el interior del oído de Mauro Ajón. 63
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