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menos que elemental. Pero gracias a un buen tratamiento y muchos cuidados llegó a recuperarse y ahora ella se encontraba bien. Pero, en realidad, una vez más, la desgracia, que nunca viene sola, les acompañaba de nuevo. Acababan de velar a un pequeño de meses que había fallecido y el niño mayor, de tres años y medio, se encontraba muy enfermo. Por eso venían al hospital desde San Vicen te, en el río Napo, a unos 6t) km de Nuevo Rocafuerte. Desde hacía tres días estaba con mucha fiebre, el abdomen le dolía fuertemente, no podía orinar. Cuando le vimos, su vientre estaba distendido; la vejiga alcanzaba el nivel del ombligo, orinaba por rebosamiento, pequeñas cantidades y a cada momento. Le colocamos en una cama y comenzamos exámenes y trata miento. Existía ciertamente un proceso infectivo pues sus leucocitos sobrepasaban los 22.t)Ot)/ mm3. Su estado general no era preocupante, pero se palpaba una masa en zona apendicular, de consistencia firme. Y sin embargo existía mobilidaci intestinal e, incluso, en las primeras horas de su hospitalización, realizó alguna eliminación de heces. En ellas abundaban huevos de áscaris y anquilostomas. Dejamos en reposo la vía oral e iniciamos una fuerte antibio terapia, mientras decidíamos qué era lo más acertado como actuación. El día siguiente pasó sin graves problemas, pero a la mañana del tercer día la movilidad intestinal había disminuido y la masa abdomi nal, que se mantenía en abdomen derecho, nos decidió a realizar una laparotomía exploratoria. Cuando abrimos el abdomen por su línea media infraumbilical nos encontramos con un áscaris vivo que asomó por la herida operatoria. El abdomen se encontraba lesionado en varios sitios, con rasguños sangrantes en las asas intestinales, Existían también adherencias entre las mismas, aunque no de consistencia muy firme. Cuando abordamos la masa intestinal, ésta formaba un plastrón adherido a pared late roanterior de abdomen, precisamente a partir de la zona terminal del apéndice. Cuando lo debridamos, éste parecía necrosado, pero no in fectado. En su extremo estaba abierto y esta abertura comunicaba claramente con su luz y ésta alcanzaba hasta la luz del ciego. El resto del intestino delgado y grueso se encontraba íntegro, sin perforación alguna. Existían, naturalmente, otros muchos áscaris que se adivinaban en la luz intestinal, a través de sus paredes. Todo hacía pensar que el áscaris alcanzó la luz apendicular, perforó su extremo y salió a la cavidad abdominal. Allí erosionó las asas intestinales y, como reac ción, aparecieron las adherencias intestinales y el plastrón que se aco pló a la pared abdominal. 58
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