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de gente que no se dejaban ver. Algunos contaban que personas des conocidas se hablan presentado en las casas de la margen derecha del Napo, en el dma de florencia: eran hombres jóvenes y vestían y se movían como si fueran gente de amias. ¿Serían guerrilleros?. ¿Quizá alguna avanzadilla del M19 colombiano?. Los rumores procedían de la pequeña hacienda Bifarini y la fuente de información conducía a Oswaldo Bifarini. que entonces tenía 42 años. Sus historias parecían nacidas en un mundo de fantasías y no se debían creer necesariamen te, pero, ¿quién sabe si algo real estaba ocurriendo cerca de nosotros?. Las informaciones llegaron al comando militar de Tiputini y pronto la nebulosa adquirió peso y densidad. Desde hacía varios días los helicópteros sobrevolaban la selva cercana y comandos reduci dos y bien armados rastreaban el terreno. Los datos aportados no llevaban a ninguna pista concreta y el nerviosismo comenzó a alterar los ánimos. A mediados de agosto muchos sospechaban que, una vez mds, la fantasía y las extravagancias de Oswaldo habían creado un mundo irreal a su alrededor. Las autoridades militares constataron lagunas importantes en la información e intentaron clarificar las co saa Eran las 7,30 de la mañana del día 16, domingo, cuando el heli cóptero «Gazelle» aterrizó frente al hospital. Bajaron una camilla y dos militares corrieron ad hospital. En la camilla venía Oswaldo Bifarini, envuelto en un mar de sangre. Lo depositaron en el pasillo junto al quirófano. Yo estaba allí. La cara estaba a primera vista destrozada y manaba sangre en abundancia. El estaba consciente, echado boca aba jo, e intentaba escribir en el suelo, con el dedo manchado con su propia sangre. -Ha ocurrido un accidente, me decía el teniente militar que esta ba junto a éL Pero yo no estaba en ese momento para muchas explicaciones. Cuando vi que Osvaldo quería comunicarme algo, traje un pa pel y un bolígrafo y se lo entregué. Estaba boca abajo y, de forma trágica, cogió el bolígrafo y escribió, con letra vacilante unas cortas líneas. Decía que sólo él tenía la culpa de lo que le había ocurrido y que no era culpa de nadie. Todo esto me pareció ininteligible, pero guardé el papel y me preocupé del enfermo. Lo pasamos al quirófano y ekploré al herido, mientras las her manas buscaban una vena e instalaban un plasma. La vía nos sirvió para introducir analgésicos y una fuerte dosis de antibióticos. La cara estaba destrozada Un gran boquete se apreciaba por debajo del mentón. Un enorme orificio se veía en el lado izquierdo: faltaba gran parte de los tejidos blandos de la mejilla y parte de los 50

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