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UNA VISITA INESPERADA agosto, 1981 Hacía apenas dos semanas que había hecho una visita a Ango teros, a unos 150 km de Nuevo Rocafuerte, Napo abajo, en el Perú. Allí se encuentra el padre Jttan Marcos Mercier, franciscano can adien se, quien, desde hace años, comparte vida y preocupaciones con el pueblo Naporuna, acompañado porun pequeño equipo de Teresianas. Me gusta visitarle y compartir unas horas con él. Su persona irradia una vocación de entrega y encarnación en la cultura quichua. Estábamos en la casa de las hermanas, en el hospital, después de una jornada hospitalaria normal cuando, por la puerta de la casa, aparece el padre Juan Marcos. Se le veía cansado y preocupado. -,Qué ocurre? ¡Nos habíamos despedido hasta dentro de tres meses! -Vengo con tina enferma muy grave, 1-lace cinco horas que salí- ¡nos de Angoteros. Nos han dejado pasar por los puestos militares sin ninguna dificultad. Se trata de tina joven mttjer que no puede dar a luz: la mano del niño asoma entre sus piernas. Está vomitando y muy pálida y fría. Nos parecía imposible plantear una salida a Iquitos y he pensado en ti. No se sí podrás hacer algo. Salimos corriendo de la casa y llegamos al puerto del hospital. En el fondo del deslizador se encontraba la mujer, entre cobijas y plásticos, pálida y con tas señales de sus muchos vómitos. Le acompa ñaba su esposo y el motorista. -Subámosle al hospital. Preparemos lo necesario para una ciru gía. Las hermanas iniciaron el trabajo con rapidez y eficacia. Hici mos las pruebas sanguíneas correspondientes y vimos que la sangre del esposo era apta para transf’undírle a ella. Inmediatamente prepara mos el material para una primera transfusión y una segunda bolsa para la intervención quirúrgica. La enferma se la veía mal. Todo hacía pensar que el útero había estallado y, efectivamente, al niño se le palpaba directamente bajo la cubierta delgada del abdomen. Cuando la instalarnos en la mesa qilirúr gica su tensión arterial apenas si era posible medirla. Sueros y sangre pasaban a toda prisa, pero la tensión no subía. Esperar era sentenciarla a una muerte por vaciamiento sanguíneo intrabdominal; así es que, bajo una anestesia general suave, entramos en aquel abdomen. El útero estaba terriblemente desgarrado y en muchas áreas te nía un aspecto necrótico. El niño, naturalmente, hacía muchas horas que había muerto. Retiramos la criatura y la l)lacet’lta y tratamos de 48
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