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útero parecía tan delgado que se palpaban las distintas partes del fe- te. Esperarnos hasta el día 29. Cuando vimos que las contracciones uterinas eran claras y que podía existir un problema de incompetencia cervicopélvica decidimos operar. Después de todo, ¡iba a ser una cesárea fácil! Cuando abrimos el abdomen, nos quedamos asombrados y asus tados. Toda la parte inferior del útero estaba surcada por mil venas congestivas; aquel paquete vancoso parecía una red gruesa y de color azulado que no permitía descubrir un solo espacio libre en el área a abrir. Yo pensaba que la mujer se me iba a desangrar en el momento que iniciara la pequeña incisión que permite introducir los dos dedos índices y abrir en una línea transversa el útero, por separación de las fibras musculares, que adoptan en esa región una disposición anular transversa. Pero, no podíamos echarnos atrás. Había que arriesgarse. Estaba indeciso; intenté escoger por dos veces una zona más libre y la punta del bisturí, al tocar el área, arrancaba un pequeño reguero de sangre oscura. ¿Qué hacer?. Pedí a la hermana responsable la anestesia que acelerara al máximo el goteo de suero y Ilesexpliqué el peligro en que nos encontrábamos. ¡Ojalá el Señor nos acompañara ahora corno en tantas ocasiones! Sin hacer case de la sangre que ya comenzaba a inundar el campo operatorio, introdttje el bisturí hasta el fondo, después los dos dedos y rasgué con fuerza. Cuando la abertura estaba completa metí la mano y saqué el niño: no hubo problemas en este paso y, ¡oh maravi lla!, las venas se vaciaron; el útero se retrajo y no hubo más hemorra gias que las normales en estos mOmentos. Después ya todo fue bien y la sra. Alicia se marchaba a su casa el día lo de octubre. -Por favor, le dije al marchar, ¡no vuelvas de nuevo con estos problemas! 47

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