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Filomena permaneció en el hospital 130 días. Salió por su propio pie, aunque con marcha vacilante. Como era de esperar, marchó, a continuación, a hacerse ver y tratar con algunos curanderos. Entre sus actwtciones y las indicaciones farmacológicas del hos pital su mejoría fue progresando. Hoy camina por los mil caminos de la selva familiar con la facilidad propia de sus habitantes ¿QUIEN SE COMERA MIS BOTAS DE GOMA? abril, 1978 Tenía la cara y los gestos de un pequeño santo. Su mirada era dulce y se había adaptado perfecttmexite al régimen hospitalario. No había cumplido los cinco años. Fra de Puerto Quinche. Pasados loS primeros días vivía entre nosotros corno en su propia casa y caminaba por todas las clependeneías del hospital. Su cara pálida demostraba, por si sola, la naturaleza de su enfermedad. Había llegado con escasa mente 3 gr. de hemoglobina, aunque ya ahora se le veía mejorado. Una vez mas la parasitosis intestinal por anquilostomas había puesto en peligro la vida de uno de los pequeños habitantes de nuestra am azonía, Como nos encontrábamos en la época de lluvia yo venía al hospital con unas largas botas de goma, que quedaban en un pequeño cuarto, cerca de la cocina. Un día me llevé la sorpresa de que, en sus bordes superiores, algún animal había intentado roer: faltaban unos pequeños trozos y se adivinaban las marcas de los dientes. -Bueno, pensé, las ratas han realizado tina visita y han dejado su señal. A los pocos días el trozo de bota que faltaba era notablemente mayor y no entendíamos cómo había podido ocurrir el accidente. En el lavadero que hay en el pabellón posterior comenzaron a aparecer fenómenos extraños. A una de las camisetas de uno de los pacientes le faltaba un buen trozo de su borde inferior y esto había ocurrido, no de una vez, sino en dos días sucesivos. Las hermanas comenzaron a vigilar. Todo parecía extraño. Una tenue idea comenzó a flotar en nuestro pequeño ambiente hospitalario. ¿Sería posible’?. Claro que todos sabíamos que los enfermos de anquilostomiasis sufren alteraciones increíbles en sus apetencias alimentarias, pero, hasta tanto.,. ¡No podía ser! A los dos días el ratoncito cayó en la trampa. Con su cara de bueno, allí estaba, royendo mis botas, a las que faltaba más de it) cm de su parte superior. 34
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