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habían lanzado río abajo en una balsa. Que me comunicaba esto para que supiera que ya estaban bajando y, con seguridad, esperarían vernos en alguna parte del río Yasuní. Cuando Bacha, la mujer de José, oyó la historia no le dio tiempo para recoger sus cosas y embarcarse en la canoa grande. Ella no quería saber nada de subir más arriba por el Yasuní. jQuién sabe qué íbamos a encontrar en las cabeceras!. A las 12 salíamos José y yo a la aventura, rogando que en algún momento nos encontráramos con los que bajaban. Ya llevábamos cuatro horas cuando, a lo lejos, en un recta larga de las pocas que se encuentran en este río, divisamos la silueta de dos hombres de pie, manejando unos palos como remos, apoyados en una frágil balsa. El encuentro fue lleno de gritos, gozos, abrazos y alegría. Abando namos la preciosa balsa, en cuyo centro, sobre un pequeño tabladillo, ha bían amontonado sus pequeñas pertenencias y una bolsa grande de plástico con muchos huevos de «Charapa», que les sírvieron de alimento y servirían posteriormente de precioso regalo para tos familiares de Mariano. Pernoctamos en una playa. Durante ho ras escuchamos los pormenores de la aven tura, que era enrique cida con muchísimos detalles fantaseados por Mariano. Aquella noche, antes de acostarnos de dicamos un tiempo a la caza de caimanes. Por primera vez asistía, en medio de un silencio completo, a una boga lenta y deslizante con nuestra pequeña canoa, alumbrando con nues tras linternas las orillas del río, donde asoma ban, como parejas de pequeños focos, los ojos deslumbrados de los caimanes. Cuando estábamos a menos de 27
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