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En diciembre marché a Guayaquil y compré un pequeño motor Yamaha $ HP y, a mi regreso a Rocafuerte, preparé una pequeña canoa. En aquellas fechas trabajaba con nosotros, en el hospital, José Ortega, buen conocedor de la selva y con él planeamos un viaje Yasuní arriba, que coincidiera con la salida de José Miguel y Mariano. Pedía mos a Dios que, en algún sitio del largo y silencioso río, nos encontrá ramos y pudiéramos realizar el regreso juntos. Cuando ya todo estaba preparado y yo dividía mis intereses entre la actividad hospitalaria y mi soñado viaje por el Yasuní, un aviso por radio desde Quito nos informaba que a José Miguel y a Maríano, al llegar a la casa huao donde Alejandro había pasado los tres últimos días, les habían dejado con lo puesto. El viaje no se podía realizar y querían que yo lo supiera para que detciviera mi programa. Pero, la verdad, un viaje tan soñado, mitad trabajo y colaboración y mitad vacación, no lo podía echar atrás. El día 9 por la tarde estaba todo preparado: la canoa, el motor, el combustible y la pequeña mochila con lo imprescindible. José, Bacha y su pequeña hija de 8 meses también. Cuando anochecía, una señora vino al hospital a dar a luz y no sabía si, al final, mis obligaciones me impedirían realizar el soñado viaje. Quedamos que, si todo salía bien y para las tres de la madrugada la señora había terminado su parto, yo les avisaba y de madrugada iniciábamos el viaje. A las cinco de la mañana, entre dos luces, nuestra pequeña canoa y su flamante motor comenzaban un viaje por el Yasuní, que no sería más que una corta vacación. Pensábamos llegar hasta Garza cocha, a unos 150 km de Rocafuerte. Intentaríamos cazar y pescar y viviríamos unos cortos días en contacto cercano con la Naturaleza, libres de la actividad diaria hospitalaria. A las cuatro de la tarde llegábamos a Garza Cocha. En el camino José había cazado una huangana y dos monos «maquisapas». Antes de la noche, mientras limpiábamos los animales cazados, en nuestros an zuelos habían caído tres motas grandes y tuvimos trabajo antes de acostarnos en un rudimentario tambo, montado para la ocasión. A la mañana preparábamos el desayuno y ahumábamos tos mo nos cuando, a las 11 de la mañana, oímos un motor que se acercaba. -Será posible que no podamos permanecer un día en paz comple ta! Quizás ha ocurrido algo en el hospital y vienen a buscarme pensaba Minutos después apareció la canoa grande de la Misión, con Heribeno Machoa y Ramón Córdova. Traían una carta del padre Gerardo para mí. La carta comunicaba que José Miguel y Mariano habían con seguido nuevos víveres y pertrechos de la compañía y que el día 9 se 26
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