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Rocafuerte por aquel tiempo. Se encontraba realizando algunos traba jos para Heriberto Machoa, en la parcela de selva que posee frente a la población. Ese día se había marchado, solo, hacia el Cocaya, en busca de cacería y estaba de regreso. Llevaba, naturalmente, su escopeta cargada. Al cruzar un árbol, en el camino, sufre una caída y el arma se le dispara, con tan mala suerte que el disparo penetra por axila iz quierda y realiza una gran destrucción del tórax, penetrando profunda mente en su interior. Semiinconsciente y con el valor que da el senti do de supervivencia, se levanta y avanza a duras penas hasta llegar cerca de la casa de Heriberto. Después, él no sabe cómo, es traido al hospital. Está oscureciendo. Angustiado, pálido, con mucha sed, con pequeños grumos de sangre espumosa por la boca y una disnea importante, es llevado di rectamente al quirófano. Su presión es de 8/4. Está consciente, con un intenso dolor y sensación angustiosa de que le falta aire para respirar. Se le coloca una vía intravenosa y se le trasfunde plasma. El oxígeno se le administra por vía nasal. Se realiza una aspiración casi continua. Un suero acoplado a la venoclisis le introduce penicilina y tetraciclina intravenosas y una dosis fuerte de corticoide. Sabemos que alguna de las muchas municiones ha penetrado en pulmón; esperamos que la perforación no sea demasiado grande y que el propio organismo realice un cierre espontáneo. Por la herida aso man tejidos esfacelados y trozos de papel quemado, que formaban parte de los tacos que separan pólvora y municiones, en el cartucho. El paciente es sedado, mientras realizamos una asistencia a su problema respiratorio. Tres horas después el encharcamiento pulmonar ha disminuido y la ventilación es claramente mejor. El joven está sereno. Es trasladado a una habitación, donde continúa con oxígeno y una enérgica antibioterapia. A partir del día siguiente emprendemos una larga etapa de cura ción. Su herida comienza a eliminar material necrótico y restos intro ducidos con el disparo. También salen algunas de las muchas muni ciones que entraron en el accidente. Más de treinta quedarán en el interior de la pared torácica y en los planos superiores de la espalda izquierda, como recuerdo de su accidente juvenil. Cuando pasan las primeras semanas y la vida del paciente es tá fuera de todo peligro, comienza a apreciarse una atrofia importante de la musculatura de la mano izquierda. Las regiones tenar e hipote nar se secan y una «mano en garra» se hace más palpable cada día. Hay que iniciar una tarea constante y pesada de rehabilitación, que permita la utilización funcional de esta mano y compense la ausencia de excitación que sufren los músculos distales de la extremidad, como 22
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