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vacilante, su figura provocaba un sentimiento de pena y señas dudas sobre su porvenir. Los primeros exámenes mostraban una hemoglobina de eseasa mente 3 gramos y un intestino lleno de anquilostomas. Después de un viaje tan largo, e[reposo y un aseo adecuado mejoraron su semblante y ella misma se sintió mejor. Comenzamos un tratamiento por vía oral, con la confianza de que su organismo reaccionaría como en tantas ocasiones. Por la tarde, en el Colegio, los chicos y chicas celebraban una solemne fiesta y había un programa especial en el pequeño teatro. Yo no podía faltar y dejé a una de las hermanas que vigilara a la paciente. Antes de las nueve de la noche recibí un aviso urgente del hospital: la Sra. Carmen estaba peor; debía ir inmediatamente. Cuando llegué Carmen estaba en coma y respiraba con dificul tad. El escaso nivel de oxígeno transportado había puesto en peligro el cerebro de la paciente. Colocamos una sonda nasal con oxígeno. Rápidamente, con un instrumental mínimo, realicé una disección de la vena safena interna, en el canal del tobillo izquierdo e introduje una sonda. Comenzamos a pasar plasma al máximo de velocidad. Tomamos, al mismo tiempo, unas gotas de sangre y realizamos el grupo sanguíneo: A Rh+. La Hna. Inés Ochoa, directora de la escuela de niñas, cedió los primeros 400 cc de su sangre y a los pocos minutos ésta pasaba a mejorar a la paciente. Mientras, pedí a una de las hermanas que extrajeran de mis venas otros 400 cc, mi grupo sanguíneo coincidía con el de Carmen y ésta pasó a continuación. Antes de media noche la paciente volvía al mundo de los seres conscientes y, de mañana, parecía que no había pasado gran cosa en su vida. Estaba de mejor aspeÇto y un tenue color sonrosado aparecía en sus mejillas y conjuntivas. Estábamos contentos y hasta un poco orgullosos de que nuestra propia sangre había participado en la curación de aquella paciente. Después, todo evolucionó con normalidad y, a la semana, la hemoglobina había súbido a $ gramos. Cuando Carmen abandonó el hospital, a las tres semanas de su ingreso, se manteníá triste por la pérdida de su primer hijo, pero con ánimos para afrontar el porvenir. LOS RIESGOS DE UNA MARCHA POR LA SELVA julio, 1976 Eran casi las seis de la tarde cuando llegaba al Hospital Oswaldo Yata, de 14 años, oriundo del río Aguarico, pero instalado en Nuevo 21
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