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más nervioso. Me acordaba de la visita que La Sra. Ernestina me había hecho escasamente hacía un mes, y de su ansiedad por lo que ocurriría cuando llegara el momento del parto. Al llegar al hospital todo era agitación y nervios. En la habita ción Ernestina se la veía muy mal: estaba chocada, fría, sudorosa, con un dolor permanente en abdomen. Se le palpaba al niño a través de la pared abdominal y era claro que el útero había esiallado. La ruptura había seccionado una de las arterias uterinas y una parte importante de su sangre estaba extravasada, en el bajo vientre. No había modo de captar su presión arterial y sus venas estaban vacías. Los múltiples intentos de tomar una vena habían sido inútiles hasta el momento. Las hermanas que estaban en el hospital no habían podido realizar un cateterismo para instalar una vía. La enferma me miraba con angustia y me pedía que la salvara. Su marido, Victor Jipa, lloraba. En estas condiciones entré en el quirófano y cuando realizaba las primeras incisiones el corazón de Ernestina se detuvo definitivamen te. Todos estábamos paralizados, impotentes, ante los acontecimientos Cuando salí para comunicarme con Victor Jipa él ya sabía lo que le iba a decir. Lloraba y se arrancaba sus cabellos y parecía como fuera de sí. -Victor, vamos a llevar a tu mujer a la casa ahora mismo. Yo mismo te voy a acompañar con nuestra canoa. Estaba cansado, pero la tensión no me dejaba pensar en esos detalles. Eran las tres de la tarde. Marché a nuestra casa, preparé el motor y el combustible. Re gresé al hospital con la canoa grande y preparamos las cosas para el traslado. A las cuatro estábamos viajando hacia Pumayacu, pequeña quebrada que se encuentra inmediatamente por encima de Tiputini. Ibamos Victor Jipa, dos hermanas, Ernestina, con la paz que da el reposo de la muerte tras la úLtima batalla y yo, de motorista. En el camino Victor lloraba a gritos, se revolvía en la canoa, y a quienes se cruzaban en el camino les gritaba su angustia y desesperación. Cuando llegamos a la casa en Pumayacu, ya eran las 5,30 de la tarde. La subimos a la vivienda y arreglamos las cosas. Poco después tuvímos que despedirnos, la noche se nos venía encima. El regreso lo realizamos entre dos luces al principio y después, en noche oscura. Nos varamos frente a la hacienda de Pando y nos tuvimos que arrojar a la playa para empujar la embarcación. Ya eran más de las 9,30 cuando llegábamos al hospital. Tenía ganas de des cansar. Una viva conciencia de nuestras grandes limitaciones me inva día. Experiencias como la de hoy nos permitían situamos en nuestros verdaderos límites. ¡Mañana sería otro día!. t -

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