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las primeras horas. Después, el tórax comenzó a mostrar las contracturas intercostales, con la angustia consiguiente del enfermo. Mantuvimos la vía intravenosa, la antibioterapia y una nueva dosis de 80.000 uni dades de antitoxina tetánica. Cada pocas horas se le aportaba relajantes musculares y fenobarbital. El día 12 realizó espasmos faríngeos intermitentes, mientras que el resto de su armadura muscular se mantenía en estado aceptable. Esa misma mañana recibía las últimas 40.000 unidades de antitoxina tetánica que existían en el hospital y se le mantenía con relajantes y sedantes centrales. Por la tarde de ese día su aspecto comenzó a mejorar. Su sueño se hizo más tranquilo y orinó con normalidad. Bajo la acción de fuer tes relajantes musculares y sedantes centrales se le mantuvo los siguien tes días y ya todos comenzamos a respirar: Benito volvía a la vida y el espectro del tétanos comenzaba a alejarse de nuestro alrededor. El día 24, a los 14 días de su ingreso, completamente restableci do, salió del hospital, feliz, pero sin darse cuenta del todo de cuán cer ca había estado de terminar sus días por culpa de una pequeña herida, infectada con bacilos tetánicos. LA ANGUSTIA DE UNA ESPERA junio, 1973 La mañana del 9 de junio bajaba en deslizador desde Coca, acompañando a la responsable principal de las hermanas españolas. que en aquel entonces trabajaban en el hospital. A las 8,15 estaba llegando a Pompeya. Me esperaban llenos de preocupación; acababan de avisar desde Rocafuerte que me apresurara, que una señora se encontraba en dificultades de parto y que tendría que hacer una cesárea. La enferma se llamaba Ernestina Santi, de 44 años. Yo la conocía bien porque, dos años antes, se le había realizado una cesárea por distocia de parto y, cuando hacía un mes me visitaba por otro embarazo de 8 meses, se la veía llena de preocupación por lo que podría ocurrir. Me detuve muy pocos minutos, los mínimos para que Juliana Oliden saludara a los hermanos y hermanas que residían en Pompeya. Cuando llegué a Pañacocha pensé en la posibilidad de usar el helicóp tero de la compañía CGG, que realizaba estudios geofísicos en la zona, pero los responsables se sentían incapaces de tomar una deci sión sin consultas a Quito y, ante la demora e incertidumbre, proseguí el viaje. Una última parada en Puerto Quinche para saludar a otras misioneras seglares que trabajaban en el lugar.. Yo estaba cada vez 13

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