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Curar en la selva herida 88 Es una joven muchacha de 16 años. Existen lesiones en la vulva por motivo de un parto violento y hay señales amoratadas en ambos talones, como si se hubieran iniciado úlceras de decúbito. El estado general, con todo, no es alarmante: respira bien y su tensión arterial se mantiene en valores normales. Lo primero que hacemos es tomar muestras de sangre para búsqueda de Plasmodium. La gota gruesa muestra un gran cantidad de for- mas gametocíticas de P. falciparum, el parásito del paludismo maligno que, como en el pre- sente caso, da crisis cerebrales, muchas veces mortales. La mujer está tan pálida que pienso en la urgencia de una transfusión sanguínea. El grupo sanguíneo de su marido coincide con el de la esposa y antes de media hora está re- cibiendo medio litro de sangre regeneradora. Al mismo tiempo iniciamos un tratamiento con quinina -el primer antipalúdico que curó la en- fermedad- diluido en suero e introducido en sangre gota a gota. Este es el tratamiento indi- cado en estos casos. Paralelamente iniciamos una terapia con corticoides. A la mañana siguiente, mientras que la joven Erlinda Papa se mantenía en su estado gene- ral, el esposo comienza con crisis de escalo- fríos y fiebre intensa. Su examen de sangre muestra, ¡quién iba a pensarlo!, abundantes ejemplares de las formas falcíparas como su mujer ¡Le habíamos regalado medio litro de un concentrado de parásitos del paludismo, a ella que ya los tenía en exceso! Mantuvimos la do- sis de quinina establecida, las dosis fracciona- “Era el 5 de enero de 1990. Como t dos los días, abrí la radio a la 1,30 de la tarde. Ese es el momento en que nos comunicamos entre las diversas casas, nos pasamos los encargos y bromeamos sobre cualquier cosa. Pero ese día apareció en nuestra frecuencia el padre Juan Marcos Mercier, desde Angoteros, Perú, a unos 150 km río abajo, en el Napo. Se le oía preocupado. - Manuel, esta mañana ha salido el deslizador con Mariano de motorista. Lleva a una mujer joven que está desde hace dos días sin cono- cimiento. Su fiebre es muy alta. Ha perdido su primer niño hace cuatro días, en el momento de dar a luz: el niño nació muerto. Va mal; no sé si se podrá hacer algo. Le acompaña el esposo. Llega al hospital hacia las tres de la tarde. Echada en el fondo del deslizador: da pena verla. Está pálida y sucia y no reacciona a nada. La llevamos al cuarto reservado para estos casos más graves y, antes de nada, tratamos de aclarar con el esposo y el motorista qué ha ocurrido. Mientras, una hermana y una enfer- mera se ocupan de asearla y colocarle una vía para instalarle suero. También se instala una sonda vesical. El marido cuenta que la señora comenzó con fiebres altas hace una semana. Estaba emba- razada y no le faltaba mucho para dar a luz. Se le trató como un paludismo, pero la fiebre no cedió. Hace cuatro días el parto se desenca- denó y la criatura nació muerta. Hace dos días que ya ella no se da cuenta de nada.

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