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Curar en la selva herida 46 sus diferentes departamentos adquirieron los implementos mínimos de un hospital general y de manera progresiva pudimos disponer de equipos más adecuados para un servicio más eficaz. Cuando yo regresé a España, con la decisión de reiniciar una nueva vida, conservando viva la nostalgia del mundo amazónico donde había inver- tido 25 años de mi vida, creía que dejaba un Hospital pequeño, pero bien equipado, capaz de realizar una tarea importante a favor de la salud del hombre amazónico, siempre que el profesional que trabajara en él conservara en su espíritu el asombro y la inquietud inquisitiva ante la maravilla de este Oriente Amazónico Ecuatoriano. Y, naturalmente, que también estuviera en el horizonte de sus valores más preciados de- dicar una parte importante de su vida a la búsqueda de la salud y el bienestar de los hombres y mujeres amazónicos. En noviembre de 2005, mientras esta- ba dedicado en cuerpo y alma a tareas de naturaleza pastoral, concretamente al acompañamiento de varias comunidades femeninas de vida contemplativa, recibí desde Quito una invitación de la Univer- sidad Tecnológica Equinocial (UTE) a participar en un acto de inauguración del nuevo Campus que sería acompañado de un homenaje a un pequeño grupo de pro- fesionales médicos que habían dedicado lo más granado de sus vidas al servicio de la salud de los ecuatorianos. Varios motivos me animaron a aceptar esta invitación y en el trascurso de esta corta visita recibí una invitación oficial de la Universidad a asumir de nuevo la dirección del HFT. La universidad había realizado un convenio con el Vicariato Apostólico de Aguarico ¡Qué interesante sería enriquecer mi pe- queño laboratorio con equipos de mejor calidad para mis investigaciones micros- cópicas! Me atreví a pedir también ayuda al Municipio de Aguarico para dotarme de unos buenos equipos de microscopía y pronto llegaba a la mesa del laboratorio un hermosísimo Microscopio de óptica plana- cromática con su cámara fotográfica incor- porada y un Esteromicroscópico, ambos de la casa alemana Zeiss. Siempre había conservado, en medio de mis tareas asistenciales en los campos mé- dico y quirúrgico, la inquietud por conocer facetas oscuras de las patologías existentes en la región. Sería interesante disponer en el mismo hospital de algún rincón para poder sembrar en animales de laborato- rio parásitos existentes en pacientes y po- der someterlos después a una búsqueda en profundidad. Ni pensar en crear algo grande, muy sofisticado, simplemente un rincón. No sé en qué fecha las hermanas querían construir un pequeño gallinero y, ¿no me dejarían un par de minúsculos cuartos para que yo colocara en ellos unas pocas parejas de ratas blancas para mis ex- perimentos? Llegamos a un acuerdo, siem- pre que delimitáramos claramente ambos territorios. Poco tiempo después traía al hospital dos parejas de ratas blancas desde Guayaquil y montaba unas jaulas. A los po- cos meses los ejemplares se multiplicaron de manera asombrosa y hasta mi regreso a España en octubre de 1994 siempre dispu- se de animales donde sembrar algunos pa- rásitos como leishmanias o tripanosomas para conocer mejor esas patologías. Poco a poco el hospital se hizo más grande,

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