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El Hospital y sus historias 43 “En una pequeña chicta frente a Nuevo Rocafuerte, en la comunidad llamada Martinica, vive desde hace algunos años el matrimonio formado por Mario y Agua- santa. Ella, de 30 años de edad, procede del río Coca, cerca de su desembocadura y muy próxima a la actual población de Francisco de Orellana. Es una habitual paciente del Hospital con clínica variada y nunca dema- siado importante. El 22 de enero acude con un problema ginecoobsté- trico: desde hace varios días tiene pequeñas metrorra- gias y ha expulsado pequeños restos de un material que no sabe interpretar. Desde hace tres meses no ve su regla. Se encuentra débil y se cansa. Su útero es ma- yor que lo normal; el cuello está cerrado y pensamos que una hospitalización será conveniente para afinar el diagnóstico y permitirle una mejor recuperación. La prueba de embarazo es positiva. Existen molestias urinarias y, efectivamente, su nivel de hemoglobina es bajo. Se realizan pruebas de grupo sanguíneo y compa- tibilidad con su esposo. Se programa una medicación antiséptica urinaria, espasmolíticos, vía parenteral de hidratación. Al día siguiente se transfunde sangre iso- grupo. Su estado general mejora, pero no pod mos precisar un diagnóstico de la causa de sus molestias. Un día des- pués su mejoría se mantiene inestable; sus molestias de hospitalización, RX, Laboratorio, Far- macia, recepción y consulta médica, sala de partos y el área quirúrgica. Cuando llegué en el año 1970, solo el área de hos- pitalización y RX estaban instalados en el nuevo Hospital, todo lo demás exigía tras- lados y adaptaciones que había que poner en marcha. Los primeros meses, de mayo a octubre, trabajé en el antiguo hospital de madera; a partir de fines de octubre había- mos realizado el traslado total de locales y materiales. A fines del año el antiguo hos- pital desapareció y ya desde entonces co- menzamos una larga e interesante historia del nuevo Hospital. Durante los primeros años todo era pe- queño en el Hospital: el laboratorio, el quirófano, la sala de partos. El hospital disponía de una pequeña planta de luz que resolvía los problemas continuos que surgían ante los fallos de la luz del pueblo, que por otra parte, solamente funcionaba unas horas durante el día. Había que con- seguir una seguridad y una independen- cia suficientes, que permitieran abordar los problemas hospitalarios con energía propia. Unos años después conseguíamos una segunda planta de luz, una Lister, que supondría ayuda complementaria. Sin embargo, tan distantes de centros urba- nos que dispusieran de profesionales y medios adecuados, aparecieron de forma intermitente problemas serios en el abas- tecimiento de corriente eléctrica que nos llevaron a situaciones que son dificiles imaginar fuera de esta región amazónica. Esta es una de estas situaciones en que improvisar se convirtió en una pequeña odisea:
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