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Una selva viva y habitada 25 “El día 4 de marzo de 1990 llegó al hospital el doctor Javier Aznárez, des- de el Edén, comunidad que se sitúa a unos 140 km de Nuevo Rocafuerte. Traía un niño de 5 años, Lino Salazar, con la cabeza vendada. Le parecía necesario hospitalizarlo. Le acompañaba un hermano dos años mayor, quien presentaba unos pies edematosos y llenos de espinas. Cuando quitamos las vendas me quedé de una pieza. Una parte importan- te de la cabeza mostraba, con el brillo de una pieza de marfil, el cráneo. Una enorme herida infectada con rebordes sobresalientes, de 10 cm de diámetro, había desTruido todos los tejidos blandos. Cuando levantamos con unas pinzas una parte del reborde aparecieron docenas y docenas de pequeños gusanillos blancos, que reptaban por los tejidos malolientes. ¿Qué había pasado? _Es una larga historia, te la contaré hasta donde he podido conocerla. Hace 8 días el padre, el tío y los dos niños se fueron de cacería por los alrededores de la laguna de Yuturi. Los niños iban felices. Como ocurre siempre entre los kichwas, a través de esas salidas los muchachos co- mienzan a captar las infinitas señales de la selva y a entablar un proceso de asimilación, que un día les permita moverse como en su propia casa. En un momento del día, el padre y el tío sintieron cerca una manada de huanganas y, tras una orden terminante de que no se movieran del lu- gar, salieron a través de la selva tras la manada. Pero ya no volvieron. De pronto los niños se encontraron solos. No sabían dónde estaban ni hacia dónde ir. Pero no se murieron de miedo, porque la selva no es un medio extraño para ellos. Esperaron y esperaron. Cuando llegó la noche, les pareció más prudente subirse a un árbol y dormir allí. A la mañana siguiente estaban a los pies del árbol y merodearon por los alrededores, esperando que vendrían a buscarles. Chupaban algunos brotes jugosos y bebían su agua cristalina. -No teníais miedo, les preguntó Javier. -No, “Sacha huarmi” nos conversaba y nos decía lo que teníamos que ha- cer. Ella estaba cerca. La segunda noche, el pequeño, mientras dormía, se cayó de la rama y La medicina viajera Primero, en pequeñas canoas, ahora, en una gran lancha médica.

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