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No es la primera vez que alguien me decía con cara de circunstancias: “la selva ama- zónica que yo veo es demasiado monó- tona: todo es verde, muy uniforme, y los ríos que le surcan todos parecen llenos de una turbidez terrosa”. ¿Cómo explicar que los ojos, sobre todo los ojos del corazón, se adaptan a los detalles, a la extraordi- naria gama de colores que se percibe por doquier, que lo que al principio parece monótono, luego se percibe como ex- traordinariamente lleno de matices? Cuando se vuela sobre esta inmensa selva lo primero que llama la atención es que sobre un fondo verde oscuro de la floresta muchos árboles están en plena floración: manchas florales blancas, amarillas, rojas y moradas con matices diferentes se en- cuentran sembradas a lo largo y ancho de este tapiz inmenso. Por todas partes el ta- piz se rompe; como inmensas e intermi- nables culebras, los ríos corren por su in- terior. Cuando son los grandes ríos, como el Napo, sus curvas continuas corren entre playas grises que ciñen su silueta; las islas surgen en su interior, y con el paso del tiempo, la distribución de playas e islas va- ría, dando la impresión de que la inmensa boa avanza hacia una presa imaginaria. Cuando los ríos son menores, aunque siempre majestuosos, como el Aguarico o el Tiputini, la serpiente fluvial se encorva con mayor intensidad y sus meandros lle- gan con el tiempo a cortarse, originando islas y lagunas internas. Mientras se navega por sus ríos la selva parece impenetrable: una cortina verde si- mula una barrera infranqueable; en gran- des tramos apenas es posible saltar desde la embarcación hasta tierra firme: todo es maleza y barro, aún en las épocas en que la lluvia ha dejado tiempo para un cierto proceso de secado en el suelo amazónico. Pero si viajas con gente del lugar, cualquier sitio permite traspasar esta primera fron- tera verde y, después, te encuentras con una selva no tan densa, donde el ser hu- mano puede hacer camino, marcar refe- rencias para no perderse, encontrar palos caídos para saltar quebradas y realizar lar- gos recorridos entre puntos de referencia previamente señalados. Pero, eso sí, nun- ca penetres solo en esa selva que fascina e hipnotiza; hazte acompañar de gentes del lugar; porque incluso ellos, en ocasio- nes, se pierden durante días y alguna vez, pocas en realidad, la selva los traga para siempre. Estoy recordando una vieja historia, de las muchas que forman parte del tesoro de mis recuerdos y que la describía así en uno de los textos que publiqué en una ocasión. Un paisaje por descubrir La primera impresión de la selva amazó- nica es la monoto- nía del verde del bosque y del color tierra del río. Curar en la selva herida 24

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