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Curar en la selva herida 170 aquel proceso, autoridades, pacientes, ami- gos, para regresar a la “realidad” tan pesada y absurda que resultaba a mi razón en aque- llos momentos. Este relato es solo uno de los sucesos que impactaron mi vida en una de las mejores experiencias de mi carrera, de uno de los mayores aciertos en mi proceso de forma- ción integral como médico, de un trabajo perfecto que nunca fue considerado como tal, más bien se convirtió en cardiología es- piritual intensiva en mi corazón, suministra- da por gente maravillosa en una tierra santa, algo que me permitió estar en paz con mi alma, cumpliendo mis sueños. Jamás nunca pude estar tan cerca de Dios al servicio de los más necesitados. Daniel Simancas Vivir en el Hospital Franklin Tello Durante mi año de prácticas hospitalarias, una parada obligatoria es Nuevo Rocafuerte; un lugar místico y lejano del Oriente Ecuato- riano, donde, al parecer, no hay ni enfermos, eso es lo que pensé, cuando comenzó esta maravillosa aventura de “curar en la selva”. Es así que, con más miedo que ganas, me embarqué en una lancha, para navegar por el imponente Napo, un promedio de 12 ho- ras, con el único objetivo de cumplir con un requisito obligatorio en mi formación. Ahora puedo decir que vale la pena el viaje, pues las experiencias vividas recompensan cual- quier maltrato. Es grato y me llena de nostal- gia recordar mi estancia en aquel lugar, pero sobretodo, el haber tenido la oportunidad de pasar por el Hospital Franklin Tello. Jamás imaginé que este recinto iba a ser donde adquiriría, no solo conocimientos científicos que favorezcan mi formación, sino que ade- más tendría la gran oportunidad de crecer como persona. El Franklin Tello, como lo llamo con cariño, es casi como mi casa, sus pasillos están llenos de risas y buenos momentos que se comparten con el personal; hay tantas anéc- dotas que guardan celosamente los consul- torios; aún parece que lo estuviera viviendo. Recuerdo mi primer día de trabajo. Por su- puesto, ya me habían dado las indicaciones de cómo es el funcionamiento del hospital, pero aun así me temblaban las piernas y me sudaban las manos cuando entró al consul- torio mi primera paciente. Uno piensa que

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