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Curar en la selva herida 169 para ese entonces nada teníamos, estába- mos en un callejón sin salida. Empezamos con los accesos hacia las diminutas venas en los pequeños brazos de la inocente niña que permitirían corregir la hidratación, se encargó de aquello la brillante hermana en- fermera que con una habilidad y destreza impresionante, y al primer intento, logró su cometido. Entonces el turno era para la res- piración de la niña, algo de vital importancia dado que era cuestión de muy poco tiempo para que su delicado cuerpo se canse de lu- char por respirar. Certera fue la intervención, estábamos controlando la frecuencia de sus respiraciones solamente con ligera presión de los dedos sobre una bolsa que enviaba aire a sus pequeños y débiles pulmones, nos turnábamos para esto, ya que no podíamos dejar de hacerlo por obvias razones, los an- tibióticos con los que contábamos por el mo- mento fueron administrados, empezamos a orar por su alma y a pedir a Dios que nos ilumine y nos brinde un poco de su ayuda. De manera casi increíble, con el pasar de las horas se contemplaba la mejoría de la bebé: la no exposición a fármacos habían hecho que los antibióticos cumplan su papel, dije, pero estoy seguro que no fue solo eso. La fe mueve montañas, susurraron a mi espalda mientras pasábamos visita al día siguiente, esa fue la tónica en los siguientes días, la niña mejoraba increíblemente de una suerte casi echada. Esa mañana descubrí algo maravilloso que me dejó marcado para siempre, el inicio del mejor trabajo del mundo, el trabajo perfecto, un trabajo lleno de paz, de armonía, de espe- ranza, un lugar con compañeros de trabajo que no son gente común; más bien se rumo- rea en el pueblo que son ángeles elegidos que fueron enviados por el creador para ser- vir en el rincón más lejano del país con una pasión y devoción inmensurables, ángeles que no dejan que la esperanza muera nun- ca. Estuve con esos ángeles en un lugar en donde ningún esfuerzo está demás y donde la gente necesita tanto, pero tanto, que es la fe y el amor la principal intervención, cual- quier saber científico resulta nada más que un valor agregado. En ese tiempo aprendí de todo, desde con- ceptos de igualdad, equidad, justicia, leal- tad, respeto, dignidad, democracia, realida- des locales, envejecimiento, la felicidad, el amor, la ternura, la compasión, el porvenir, las diferencias entre el hombre y la mujer, la consciencia, la comunicación, incluso el lugar que Dios tiene en mi corazón. Todo el panorama sombrío, todos los mitos y miedos advertidos al inicio de la pre rural se trasformaron en la mejor rotación de mi internado rotativo, hasta el punto de crear una mezcla de sensaciones impensadas compuestas de melancolía, temor, amor y otros más extraños que decían a mi cora- zón la importancia de lo vivido y la nostalgia por dejar atrás todo y a todos los actores de

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